domingo, 1 de marzo de 2009

Tema tabú

Por: Querien D. Vangal T.

Hacemos proselitismo de todo lo que nos gusta, nuestro médico, nuestro equipo de fútbol... pero no de nuestra fe. Pero no se trata de convencer con puras palabras y además huecas. No, se trata de actuar siempre apegados a lo que nos dicta nuestra fe, o sea predicar con el ejemplo.

Los partidos políticos se mueven sin descanso para incrementar su militancia y captar votos. Los directivos de un club de fútbol cantan las excelencias de su afición y buscan más socios y jugadores. Todas las ONG tratan de arrastrar voluntarios o colaboradores.
El vendedor de televisores o de coches expone las maravillas de su marca frente al producto de la competencia. La cocinera que ha creado un plato lo postula en las conversaciones al igual que el ciudadano ilusionado por su tierra explica sus bellezas.
El profesional de la ingeniería vibra de emoción con los descubrimientos técnicos o el cinéfilo con los films.
El enamorado cuenta extasiado las virtudes de su novia o esposa. Y quien ha conseguido una ganga en unas rebajas lo comunica a familiares y amigos para que puedan aprovecharla; al igual que la señora cuyos pies la torturaban da a conocer a sus amigas que encontró un excelente médico que acabó de forma indolora con sus juanetes.
Caben mil ejemplos similares. Y es que absolutamente todos hacemos nuestro “apostolado”. Que no es otra cosa que comunicar a otros aquello de lo que estamos convencidos, que nos entusiasma, que nos satisface, que nos alegra, o que consideramos bueno.
No sólo lo difundimos sino que incluso hacemos proselitismo de ello, que tampoco es distinto a querer que los demás aprovechen lo que consideramos muy bueno para nosotros y estamos convencidos que lo será también para ellos.
Nos parece perfectamente normal dar a otros el teléfono del médico que nos ha curado, aconsejar la novela con la que disfrutamos, el restaurante con buena relación calidad-precio, proponer que voten a determinado partido porque resolverá mejor determinado asunto o incitar a otros a defender con vehemencia la camiseta de nuestro equipo.
Aceptamos con absoluta normalidad el “apostolado”, el “proselitismo”, en todos los asuntos de la vida pero resulta que, a menudo, lo que no comunicamos, lo que no estamos dispuestos a defender, aquello por lo que no movemos un dedo para atraer a otros es nuestra fe, lo que es la base de nuestra vida, la fuente básica de nuestra felicidad. Aunque, al menos en teoría, lo consideramos infinitamente más importante que lo demás.
Todos los cristianos tenemos vocación apostólica, que no es exclusiva de sacerdotes y religiosos.
Sin embargo, nos falta a menudo vibración, como si no estuviéramos convencidos de que si atraemos a otros a Cristo van a ser más felices aquí, y luego en el Cielo.
En algunos ámbitos de la sociedad se ha difundido y además prevalece un elemento adicional: la renuncia explícita a atraer a otros hacia el Cristianismo. Esto en si esta bien en tanto sea por respeto a personas con otra fe, a la que tiene todo el derecho de observar y respetar, pero lamentablemente esta práctica es en relación con otras personas que, aunque supuestamente de de la misma fe cristiana, están lejos de observar los principios cristianos.
Se argumenta que hay que respetar la religión de los demás, que si nosotros hubiésemos nacido en tal o cual país tendríamos tal otra religión, que si uno es buena persona tanto da, que nadie tiene la verdad, que no hay que ser intransigentes sino abiertos, y tantas cosas más.
Es incuestionable que hay que respetar la religión de los demás, tratarles con cariño, colaborar con ellos en muchas cosas, dialogar, que no cabe emplear violencia ni engaño, que si el otro actúa de buena fe con su religión podrá salvarse..., pero esto no significa que todas las religiones sean iguales. Son iguales en tanto busquen el amor y respeto a todo ser viviente y a todo ser humano como igual. No puede ser igual una ideología, que no fe, que lleve al ser humano al genocidio. Matarse unos a otros en el nombre de Dios es una absoluta y garrafal aberración.
Es una trampa fácil en nuestra sociedad relativista, de pensamiento débil, en la que muchos creen que no hay Verdad, sino como mucho “verdades”, cada uno la suya, sin que sea mejor una que otra.
Tal concepción no es un matiz sino algo de más enjundia de lo que a primera vista parece. Hay quien cree que aceptar que todas las religiones son iguales y que tanto da una como otra significa, y no se trata de eso, cada quien tiene fe en su fe –valga la redundancia—y es lógico que así sea, pero eso no es argumento para descalificar a las otras. Los cristianos creemos lógicamente, y porque ese es el fundamento de nuestra fe, que Jesucristo vino para salvar a los hombres. Sus contemporáneos ya tenían sus religiones, los que no la cambiaron fue simple y sencillamente porque tenían fe en su fe, y eso no es motivo de anatematizarlos.
Y afirmar que no hay que hacer apostolado, proselitismo, es, por ejemplo, echar en cara a los misioneros de hoy y de todos los tiempos que su vida y su entrega es absolutamente inútil porque el Cristianismo que ellos llevan no es ni mejor ni peor que la religión que tienen los pueblos a los que van. Esta tesis es insistir en rebajar el tema a la simple posición de tratar de demostrar que mi fe es mejor que la tuya, que lo que pregona es la verdad neta y la que pregona la tuya son falacias. No, esto no puede ni debe ser, porque entonces significa caer en imposiciones “A fortiori”, el apostolado debe ser para trasmitir a nuestros semejantes el amor que Jesucristo predicó con el ejemplo, y hacer de nuestra vida realmente un ejemplo de lo que El nos enseñó.
Es lamentable --contrario a lo que Jesucristo predicó con su ejemplo y que es el fundamento de nuestra fe-- que juremos ser cristianos y hagamos de nuestras vidas precisamente lo contrario. Para no ir más lejos, precisamente en nuestra amada patria, el 95% de los mexicanos –según el INEGI-- se dicen cristianos, y cabe la pregunta ¿cuántos de ese 95% realmente practican las enseñanzas de Jesucristo? Si tan sólo la mitad de ese 95% realmente apegaran absolutamente sus vidas a lo que Jesucristo nos enseñó, México sería otro cantar.

En todos los planos de la vida los únicos que no son proselitistas son los acomplejados, los abúlicos, los depresivos. Los que hacen de sus vidas precisamente lo contrario a lo que deben hacer, que es apegarse a lo que Jesucristo predicó con su ejemplo. Unas enfermedades que parece han hecho mella en bastantes cristianos supuestamente convencidos. Un cristiano que no es proselitista, muestra que no vibra por su fe. El proselitismo, respetuoso ciertamente, es lo más natural, perfectamente ecológico.

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