jueves, 12 de marzo de 2009

Así la voz

Enrique Galván-Duque Tamborrel

I

En las tiernas humedades de la tierra, el árbol
femenino avanza al calor sutil de mis raíces
y al sopor del mediodía la paciencia atesorada de sus frondas
tibia la corteza y las horas lentas, a veces
largas y a veces diminutas, circulares siempre
hilando la hebra de los ojos



--Y los silencios que abre la belleza—
con los aromas que germina el viento
y el rumor azul de hojas
en la antigua resonancia de la tarde



Delicados pliegues de luz donde el Sol
fecunda las vocales primitivas del planeta.

Así la voz.

II

Así la voz, en la química inicial de la memoria
de aquel recinto de blandos horizontes y agua azucarada
sé que entonces mi difusa inteligencia
percibía la abundancia de la sangre
que paciente me abría a lo posible, y tejía
en la nueva transparencia de los dedos
del arco de los pies y de la frente
el paño que después, a la intemperie, sería mi voluntad.

Y ahí, en lo que bien pudo ser una mañana,
soterrado yo en su materia, escuché
---o me tocaron el oído sus texturas---
el árbol alado de su voz
y en sus musgos diminutos presentí la mía.

Por primera vez entonces, abrí los ojos.

Un flujo de colores vivos orillados en la sombra
bordó sus luces en la vaguedad de mis retinas.



Y tendí las manos a su brillo y nos tocamos.


Abrí la boca a su boca y dilaté el oído
al compás de sus matices y el olfato a sus perfumes
y eco de ese encuentro, noble y riguroso
así dejó en mis sentidos
el soplo de asombro y el poder de la inocencia

Alta, alta la inocencia del árbol
en las tramas de la luz.

Minuciosa geometría de la memoria.

Giro de viento en que el milagroa
cuñaba sus lágrimas.


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