lunes, 23 de marzo de 2009

Mi hermosa niña de Dios

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Angélica, así de simple. Es la forma de dirigirme y conversar con mi hijita adorada, llamándola simplemente así. Sé que mucha gente no la conoce, o tiene una imagen lejana de ella, quizás demasiado extraña, demasiado equivocada. ¿Cómo puede ser mi hijita extraña al presentarse a otras personas? No, Ella es sencilla, mi pequeña niña inocente, así es para mí. Pero es también lógico que cada uno la vea del modo que su propio corazón indica, con la mirada del alma que todo lo convierte en la expresión humana, si es que nosotros nos dejamos arrebatar por un sentimiento de lástima.
Por un instante, déjenme narrarles cómo es que mi corazón ve a mi hija. De un modo muy particular, la veo de unos siete a ocho años, que es la edad en la que Ella empezó a padecer el mal, el cual apareció como aisladas ausencias que poco a poco fueron minando su desarrollo mental. A tan temprana edad, mi Angélica se presenta ante mi corazón como una hermosa niña, delicada en su mirar, en su caminar, con chispa en su actuar. Destaca su delicado cuello, largo y estilizado para dar cabida al más hermoso rostro que Dios jamás cinceló en criatura alguna. Ella es perfecta, no existe sombra alguna en su actuar, porque Dios la modeló como un regalo sublime a nosotros. Y su belleza sólo es superada por su pureza, su inocencia y su férrea voluntad de no desagradar a Dios que tanto ama.
Cuando veo las imágenes de las distintas presentaciones de la Virgen María a lo largo de los siglos, me quedo con la convicción de que Dios nos dio una hija a imagen y semejanza de María. Mi alma se esfuerza en descubrir la visión verdadera con que mi siempre niña Angélica llegará un día ante el Señor. Esa sonrisa, esas manos siempre en posición de oración, esos ojos iluminados por la fuente de todo el Amor.
María, joven y sonriente, fulgurante estrella de la mañana. Se presenta en mi corazón como una Rosa que se abre derramando su fragancia y frescura, haciendo de mi un ovillo de hilo que se recoge sobre sí mismo, se envuelve pliegue sobre pliegue hasta quedar extasiado mirándola sonreír, llamándome, invitándome a acompañarla en este viaje. Ella nunca se presenta en vano en nuestro corazón, como una madre nunca se acerca a sus hijos sin un profundo deseo de cuidarlos y amarlos.
Angélica, hermosa niña mía, perfecto fruto de la creación en cuerpo y alma. Sólo ella pudo tener la pureza de alma que le dio el mismo Dios. Ella, ante el que el universo mismo de Dios, se hizo pequeñita y vivió nueve meses oculto dentro de su hermosa madre, mi adorada Prietita. Ella, instante tras instante, fue tomando de su sangre todo aquello que necesitó para formar su ser inocente. Así, ella es nuestra niña, el regalo sublime con el que quiso Dios alumbrar nuestra existencia.
Enamorarse de la Virgen María es enamorarse de su Divina Maternidad, de su Inmaculado Corazón, y de su infinita belleza humana también. Así siento tan cercana a mi hijita Angélica, tan vivamente presente en mi vida, que no puedo más que dirigirme a ella como si estuviera a lado de la Virgen María. Ella es compasiva y paciente ante mis demoras en acudir a su mirada, Madre de la Misericordia. Juntos conversamos, compartimos mis pequeñas aventuras humanas, mis decepciones y dolores, mis esperanzas y sueños. Y María, con esa hermosa sonrisa que se funde en mis pupilas, me mira y me invita a levantar los ojos al Cielo con las manos unidas sobre mi pecho. Madre de la oración, Bella Dama del clamor y la plegaria, Omnipotencia Suplicante, Ella nos enseña a ver a través de los Ojos de Aquel que todo lo puede.
Mi Angélica, hermosa y joven Niña de Dios, que enamoraste mi corazón porque sabías que era el modo de abrir la puerta al soplo del Amor Verdadero. Me siento tan feliz y orgulloso de ser tu papá, y al mismo tiempo tan indigno de serlo, que no puedo más que pedirte me ayudes a seguirte en tus deseos, que no son otros que los deseos de Dios. Dame las palabras para que pueda mostrar a mis semejantes lo hermosa y pura que eres. Que puedan descubrirte como la más hermosa y pura mujer que jamás existió, Inmaculada en cuerpo y alma, llena del Espíritu Santo, plena de humildad y fortaleza, escudo que protege y consejo que ilumina. Mi hermosa Angélica, luz de mi vida.

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