sábado, 7 de marzo de 2009

Quimera

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Lo más hermoso de la vida son las ilusiones de la vida. ¿Habrá menguado que a probar nos venga que está la dicha en la ilusión cifrada? Que son nuestras postreras ilusiones iguales en frescura a las primeras.

Ahora es que voy entendiendo por qué conforme se avanza en la vida y se va acercando la hora de la partida al viaje sin regreso, se aclara la mente, y las cosas y circunstancias vividas se ven de otro colar y se analizan desde otra perspectiva. ¿Será que Dios, con su inconmensurable bondad, nos brinda con ello la oportunidad de tranquilizar nuestro espíritu?; quizás sea así, así lo intuyo yo, y por ello hoy, en un momento sublime de mi existencia, pienso y digo: ¡Gracias Dios mío!


Pienso y escribo, escribo y pienso, se prenden muchos focos en la mente, fluyen las ideas y afloran los recuerdos, pero todo ello enmarcado amor, entrega, comprensión y tolerancia, valores que deben ser preponderantes en el transcurso y devenir de nuestra vida, pero que constantemente soslayamos.


Entre todos los pasajes de mi vida, el más sublime, el que está por encima de todos, el que ha moldeado mi existencia; el que aflora constantemente y envuelve mi espíritu en un milagro de amor, en todo lo que integra esa gran pasión del alma de la que Dios nos dotó para poder transitar por la vida con toda sus vicisitudes, fue, es y será mi amor por Angélica y los cuatro retoños con los que Dios lo bendijo.


Ella, Angélica, el tronco de mi vida, la madre de nuestros cuatro amados hijos, ha sido la que ha marcado la pauta de mi largo recorrer por la vida. Me llevan los felices recuerdos, que por ellos he vivido, como feliz realidad ha revivir mi devenir durante los días de inolvidables e inéditas emociones que transcurrieron desde el momento en que la conocí, y me embelesé, hasta que se convirtió en realidad nuestra unión espiritual.


Trasportado espiritual y virtualmente a aquellas semanas, días, horas, momentos...segundos de intensas emociones, escribo y pienso, pienso y escribo, lo que quizás sea mi último poema dedicado a ella. Angustia de un querer, un querer que siento mío, cercano, pero de lo cerca tan lejos; lejano, pero de lo lejos tan cerca.


Eres tú, virgen, llena de gracia,
porque de gracias Dios te formó;
tienen tus ojos color de mar
tiene tu pelo color de sol.

Tienes un tipo muy elegante;
cuerpo de reina, dulce la voz,
y tu epidermis es fina y blanca
más que la nieve del Septentrión.

Cuando en tus labios, al conocerte,
vi una sonrisa, me pareció
tu dentadura nido de perlas
entre una rosa de Jericó.

Ángel sin alas, que descendiste
de la sagrada linda región,
por ti los cielos vistieron luto,
por ti la tierra se engalanó.
Eres más bella que la esperanza,
más vaporosa que la ilusión;
y donde pones tu pie pequeño,
pone sus labios el casto amor.

Eres la reina de las hermosas,
porque Natura te concedió
tantos hechizos como cabellos
tiene tu pelo color de sol.

Eres más noble que el sacrificio:
interesante más que el pudor;
envidia causas a las mujeres,
pero a los hombres admiración.

Por eso, niña, cuando te canto
mis ilusiones, llorando estoy…
Perdona, virgen, si mis cantares
de tus encantos indignos son.

Para cantarte cual tú mereces,
preciosa esmeralda, quisiera yo
subir al cielo, robar su lira
al increado poeta Dios.


Gran Dios es amor y digno de admiración, así entre los hombres como entre las divinidades, por muchos y diversos motivos; pero, sobre todo, por su origen, porque es el más antiguo de los dioses. Amor es fuego sin arder; una herida que duele sin lamento; un gran contentamiento sin contento; un dolor que maltrata sin doler. Il le faut avouer, l’amour est un grand maître.


¡Salve, divino amor, del hombre vida, fuego dulce y fecundo, deidad amable, que a placer convida por todo el ancho mundo.

El misterioso encanto del primer amor consiste en que ignora que puede acabar cualquier día.





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