miércoles, 20 de febrero de 2008

Saltar al vacio

Por: Querien Vangal


Cada vez que veía fotos de hombres lanzándose desde un avión, el joven sentía la necesidad interior de estar entre ellos. Quería ser paracaidista.

-¿Por qué ellos sí y yo no? -se decía.

Lo primero que hizo fue conseguir un instructivo sobre diversos tipos de paracaídas. Después inició y concluyó un estudio comparativo de aviones modernos. Como se dio cuenta de que ignoraba muchas cosas, decidió estudiar también un master en caída de cuerpos, atracción de masas y fricción. Concluyó su preparación con un año de estudios meteorológicos y movimientos de corrientes de aire.

Por fin, cuando se sintió preparado, eligió cuidadosamente el avión. Era un bimotor que aún seguía en uso y tenía buen aspecto.

Al despegar le dijo al piloto que se dirigiera al punto que, ya antes, le había señalado en el mapa con una regla y un compás. El momento se acercaba y al elevarse el avión, el joven sentía más y más el vértigo entusiasmante de volar.

Por fin, cuando se encontraban a la altura perfecta se levantó del asiento, abrió la escotilla y sintió el viento helado en la cara. Permaneció allí unos instantes llenando los pulmones con el puro azul del cielo...

Pero no saltó.

Cerró la escotilla y mandó aterrizar. Había olvidado que para saltar hace falta una cosa más. Ser un valiente.

Conozco a quienes pasan la vida preparándose para orar; buscan métodos de oración novedosos y consejeros de todo tipo pero, llegado el momento, no hablan con Dios. Y es que para hablar con Dios hay que ejercitar la fe y olvidan que para vivir de fe hace falta... ser un valiente; o sea, pedirla.

¿Quienes son?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Los inmigrantes en el debate sobre la inmigración indocumentada existen dos posturas extremas a menudo salpicadas de prejuicios, temores infundados y actitudes xenofóbicas.

Por un lado están quienes consideran que los indocumentados son indeseables porque transgreden las leyes de este país y exacerban los problemas sociales al hacer uso de servicios públicos que no les corresponden.

En el otro extremo están quienes los defienden a capa y espada. Para ellos, los indocumentados son verdaderos héroes que llegan a este país a hacer trabajos que nadie quiere y que con su invaluable esfuerzo contribuyen a la grandeza tanto de EU como de su país de origen.

Dentro de este contexto altamente polarizado ha surgido la voz inteligente y moderada de Juan Hernández, el catedrático de la Universidad de Texas que cobró notoriedad al ser designado por Vicente Fox para dirigir la primera Oficina de la Presidencia para Mexicanos y México americanos en el Extranjero.

Hernández está a punto de publicar un libro en inglés titulado México, Missouri. Who are the immigrants and why are they here? [¿Quiénes son los inmigrantes y por qué están aquí?] en el que aborda de manera amplia y equilibrada el problema de la inmigración indocumentada. El título se refiere a un pequeño poblado estadounidense con una creciente población mexicana.

Desde la perspectiva de un intelectual con profundas raíces en ambos países (su padre es un abogado originario de México y su madre es una pintora estadounidense), Hernández empieza por subrayar los hechos irrefutables de que los aproximadamente 10 millones de mexicanos indocumentados que viven en este país no se irán y que el actual sistema migratorio de EU simplemente no funciona.

A partir de esa base, Hernández analiza –sobre la base de estadísticas y estudios hechos por organizaciones de gran prestigio las aportaciones de los inmigrantes mexicanos a la economía de este país, así como las graves consecuencias que se derivarían de una hipotética deportación de quienes no tienen papeles.

Una parte importante del libro se refiere a los prejuicios que tienen algunos sectores de EU hacia México. Hernández subraya que, aun en esta época de temor hacia el terrorismo, sería por demás injusto tratar a México como si fuese un enemigo. La realidad, como subraya el autor, es que a pesar de lo que se dice, los lazos que unen a los habitantes de ambos países son cada vez más fuertes y amplios.

Para demostrar quiénes y cómo son los mexicanos que viven en EU , el autor presenta el testimonio de varios de ellos. Se trata del capítulo central y más interesante de la obra porque, a través de sus propias palabras, los inmigrantes cuentan cómo llegaron aquí, qué obstáculos tuvieron que superar y cómo poco a poco han logrado asimilarse a este país y empezar a disfrutar del multicitado sueño americano’.

Una de las principales conclusiones de Hernández es que, si bien el problema de la inmigración indocumentada es sumamente complejo, las consecuencias serán más graves si no se enfrenta hoy de una vez por todas.

Y a manera de contribución para solucionar el problema propone la idea de crear una Comunidad de Norteamérica integrada por Estados Unidos, México y Canadá que sirva para que las tres naciones compartan sus recursos no sólo naturales y económicos sino humanos y, de esta forma, refuercen su potencial.

La obra es, en definitiva, una lectura obligada para todos aquellos interesados en las relaciones México-EU y en el fenómeno migratorio.


¿Qué hay en nuestra profundidad?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

El mar, cuando está tranquilo, visto de donde sea es relajante, su placidez se antoja infinita y su belleza es incomparable. Pero cuando lo perturbe una tormenta, como si protestara porque lo perturban, se convierte en una furia que atemoriza a cualquiera, así sea el más experimentado marinero. Pero de una u otra forma sólo se ve la superficie, sus olas y sus espumas, con sus rumores o su bonanza.

En lo profundo, el mar es otra cosa es un mundo inmenso, rico, lleno de vida. Peces y corales, cangrejos y medusas, pulpos y moluscos, nacen, viven y mueren en medio de rumores extraños y de luces que bailan con las olas.

Podemos ponernos un visor y miramos hacia adentro. Si nos sumergimos o simplemente metemos la cabeza en el agua, el ruido de la superficie desaparece, mientras lo profundo revela sus secretos. Bancos de peces pequeños rodean al observador. La luz del sol, a través del agua, intenta en vano llegar hasta más abajo y más lejos, mientras algunas pequeñas piedras bailan al compás de la marea.

La vida de cada ser humano es, como el mar, misteriosa. En la superficie, ante el espejo, ante los ojos ajenos, aparece un color, unas pecas, una mirada fugitiva, un diente roto, un pendiente que cuelga de la oreja izquierda. Lo profundo queda escondido. A los ojos de los demás y, también, a los ojos de uno mismo.

¿Cómo descubrir nuestro propio misterio? ¿Cómo saber si somos sólo un soplo pasajero, una roca testadura, una hierba que hoy crece y mañana será quemada junto a la leña del invierno? ¿Cómo intuir si nacimos para brillar como una cometa, si existimos para alegrar a otros, si moriremos sin dejar detrás de nosotros una estela, un recuerdo, una oración en algún corazón amigo?

Miramos hacia arriba. La luna asoma sus misterios en el cielo. Júpiter rompe el horizonte, mientras las primeras estrellas mandan una luz lejana, inquieta. Tal vez habrá que preguntar a Dios. Tal vez habrá que hablar con su corazón de Padre. Tal vez será hora de sentir que su mirada nos acoge, nos levanta; que su sonrisa da sentido a nuestras penas y dolores, a nuestros momentos de alegría y de victoria.

Volvemos a casa. Queda el recuerdo de un mar inmenso, rico, lleno de misterios. Como la vida de cada humano. Como nuestra vida, con sus momentos pasajeros y con su centella divina. No hemos nacido para el absurdo ni para el viento. La tumba no será la última palabra de nuestra historia.

Desde ahora, en lo más íntimo de nosotros mismo, podemos descubrir que el Amor da sentido a cada vida humana. A la mía y a la de quien vive cerca o lejos. A la de quien hoy llora, desesperado, porque no descubre el misterio de su propia profundidad, la caricia de un Dios que está siempre a nuestro lado.

Septiembre / 2005

Mensaje de Benedicto XVI

Por: Querien Vangal

La relación que existe entre familia y paz es profunda. Tan profunda que cada familia puede convertirse en fuente de concordia mundial o en inicio de nuevas tensiones en un planeta hambriento de justicia y de perdón.

El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada mundial de la paz (2008), habla precisamente de la familia humana como “comunidad de paz”. Vale la pena considerar algunas ideas que ofrece este mensaje sumamente actual.

La familia, explica el Papa (n. 3), permite experimentar “algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo”.

Por eso, lo mejor que puede hacer cualquier estado es proteger y promover la institución de la familia. Al revés, un estado avanza hacia la violencia y la injusticia cuando daña o incluso destruye el núcleo fundamental, el “nido” (así llama el Papa a la familia) donde se aprende a vivir para la paz (cf. nn. 3-5).

Benedicto XVI enumera algunos de los peligros que van contra la paz al atentar contra la familia: “todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz” (n. 5).

La familia merece, por lo tanto, ser tutelada, también en aspectos tan importantes como la vivienda y la educación. Señala el Papa cómo cada familia “tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos” (n. 5).

Después de hablar de la familia a nivel global, en su relación con el ambiente y con la vida económica, Benedicto XVI evidencia la importancia de reconocer y aceptar la norma moral como camino hacia la paz en todos los niveles. “Una familia vive en paz cuando todos sus miembros se ajustan a una norma común: esto es lo que impide el individualismo egoísta y lo que mantiene unidos a todos, favoreciendo su coexistencia armoniosa y la laboriosidad orgánica” (n. 11). Este principio, que vale para la familia, vale también para las sociedades y para la humanidad:

“¿Existen normas jurídicas para las relaciones entre las Naciones que componen la familia humana? Y si existen, ¿son eficaces? La respuesta es sí; las normas existen, pero para lograr que sean verdaderamente eficaces es preciso remontarse a la norma moral natural como base de la norma jurídica, de lo contrario ésta queda a merced de consensos frágiles y provisionales” (n. 12).

Las partes finales de este mensaje constituyen una invitación apremiante a trabajar por la paz en aquellas regiones de la tierra que sufren por culpa de la violencia y de la guerra, así como a relanzar el desarme, especialmente respecto de las armas nucleares.

A la vez, el Papa recuerda los importantes aniversarios que jalonan el año 2008: 60 aniversario de la Declaración universal de los derechos humanos (1948), 40 aniversario de la primera Jornada mundial por la paz (1968), 25 aniversario de la Carta de los derechos de la familia (1983).

La paz del mundo se construye desde la paz que nace de las familias. Todos podemos poner algo de nuestra parte. Todos podemos acoger la invitación que el Papa dirige “a todos los hombres y mujeres a que tomen una conciencia más clara sobre la común pertenencia a la única familia humana y a comprometerse para que la convivencia en la tierra refleje cada vez más esta convicción, de la cual depende la instauración de una paz verdadera y duradera” (n. 15).

sábado, 16 de febrero de 2008

¿Realmente proteje el preservativo del SIDA?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Existen personas se enfermaron de sida sin haber tenido la menor responsabilidad moral. La enfermedad puede haber sido adquirida por una transfusión sanguínea, un error médico o de contactos accidentales. Hay también miembros del personal paramédico que contraen el mal al dedicarse a los enfermos seropositivos.

Refiriéndose al recurso al preservativo en caso de sida, estas declaraciones han sembrado un profundo desconcierto en la opinión pública y en algunas iglesias, principalmente la católica. Ellas vienen con frecuencia acompañadas de palabras sorprendentes relativas a la persona y la función del Papa, al igual que a la autoridad de la Iglesia. Se encuentran también seguidas por los habituales cuadernos de reclamos con respecto a la moral sexual, al celibato, a la homosexualidad, a la ordenación de las mujeres, de la comunión dada a los divorciados vueltos a casar y a los que realizan abortos, etc. Una ocasión como otra para globalizar los problemas...

Estos dignatarios se han expresado con una indudable complacencia en los medios de difusión al gran público. Allí se expresaron a favor del uso del preservativo en caso de riesgo de contaminación por sida de la pareja sana. La Iglesia Católica debería, según ellos, cambiar su posición a este respecto.

Estas declaraciones provocan mucha confusión en la opinión pública; hacen dudar a los fieles, dividen a los sacerdotes, debilitan al episcopado, desacreditan al cuerpo cardenalicio, corroen el magisterio de la Iglesia Católica y enfrentan directamente al Santo Padre. Otras, al presente retiradas o muertas, habían ya causado la revuelta en estos dominios. Sin embargo, hoy estas declaraciones han causado consternación, porque la gente espera mayor prudencia, rigor moral, teológico y disciplinario de la parte de estos dignatarios. Influenciados por las ideas a la moda en algunos medios, estos dignatarios se esfuerzan en “justificar” el uso del preservativo armando una argumentación con cosas para todo uso como el mal menor o el doble efecto.

Uno de estos dignatarios hasta llegó a hacer del uso del preservativo un deber moral si se quiere evitar transgredir el V mandamiento. En efecto, según su argumento, si una persona afectada de sida rechaza practicar la abstinencia, debe proteger a su pareja y el único medio de hacerlo, en ese caso, es recurrir al preservativo.

No obstante, semejantes declaraciones sin duda causan perplejidad y revelan un conocimiento incompleto y parcial de la moral más natural y en particular de la moral cristiana. Su manera de presentar las cosas es, como mínimo, sorprendente.

La argumentación de los dignatarios con respecto al preservativo es de un simplismo inesperado, y recomendaríamos con gusto a los interesados tomar conocimiento de estudios científicos y clínicos que tienen gran rigor antes que repetir continuamente y creer los cuentos desmentidos desde hace tiempo por cualquier asociación de consumidores.

¿Cómo callar que el efecto de contención que parece tener el preservativo es ampliamente ilusorio? Lo es en la medida en que el llamado preservativo es mecánicamente frágil, en que incita a la multiplicación de las parejas, en que favorece la variedad de las experiencias sexuales y en que por todas estas razones aumenta los riesgos en lugar de disminuirlos.

La única prevención realmente eficaz, debe buscarse en la renuncia a los comportamientos de riesgo y en la fidelidad. Desde este punto de vista, la calificación moral del uso del preservativo es un problema de honestidad científica y de moral natural. La Iglesia Católica tiene no solamente el derecho, sino también el deber de pronunciarse sobre este tema.

Ahora bien, las intervenciones de los dignatarios omiten mencionar estudios recientes de un valor científico incontestable, como el del Dr. Jacques Suaudeau. A falta de estar informados de los estudios recientes, los autores podrían al menos tener en cuenta las advertencias anteriores, emanadas ellas también de las más altas autoridades científicas. En 1996, por ejemplo, se lee en el informe del Profesor Henri Lestradet, de la Academia nacional de Medicina (Paris) :

“Conviene [...] destacar que el preservativo fue inicialmente preconizado como medio anticonceptivo. Ahora bien, la tasa de fracaso varia en la opinión general entre 5 a 12 % por pareja y por año de utilización priori, [...] no se entiende cómo el HIV quinientas veces menos voluminoso que un espermatozoide se beneficiaría de una tasa de fracaso inferior. No obstante hay una enorme diferencia entre estas dos situaciones. En efecto, cuando como medio anticonceptivo el preservativo no es perfectamente eficaz, el fracaso tiene como consecuencia el desarrollo de una nueva vida mientras que con el HIV, el fracaso es la muerte segura y esto después de un periodo más o menos largo de incapacidad completa.”

Considerando a continuación los casos seropositivos, el mismo informe señala que“La única actitud responsable de la parte de un hombre seropositivo es en realidad de abstenerse de toda relación sexual, protegida o no. [...] Si se proyecta una relación estable de pareja, las recomendaciones deberían ser las siguientes: hacer cada uno un ‘test’ de diagnóstico precoz, repetirlo tres meses más tarde y en el intervalo abstenerse de toda relación sexual (con o sin preservativo). Luego privilegiar la fidelidad recíproca.”

Los dignatarios, autores de las declaraciones que analizamos, harían bien en prestar atención a una conclusión dramática del estudio médico que citamos:

“La afirmación mil veces proclamada (por los responsables de la salud, el Consejo superior del Sida y las asociaciones de lucha contra el sida) de la seguridad total aportada en todas circunstancias por el preservativo está sin ninguna duda en el origen de muchas contaminaciones de las cuales se niega encontrar la causa.”

Se han llevado a cabo campañas internacionales en las sociedades “expuestas” para inundarlas de preservativos. Fueron invitadas autoridades religiosas para dar su eminente patrocinio. Ahora bien, a pesar de estas compañas, y probablemente a causa de estas campañas, son regularmente observados progresos de la pandemia.

En julio de 2004, una de las mayores autoridades mundiales en materia de Sida, el médico belga Jean-Louis Lamboray, renunció al Programa de las Naciones Unidas contra el Sida (ONUSIDA). Motivaba su dimisión por “el fracaso de las políticas para frenar la propagación de esta enfermedad.” Estas políticas han fracasado porque “ONUSIDA olvidó que las verdaderas medidas preventivas se deciden en las casas de la gente y no en el escritorio de los expertos”.

Antes de lanzar declaraciones perentorias, los dignatarios podrían recordar lo que declaraba un medico muy mediático y poco sospechoso de simpatías por las posiciones de la Iglesia. He aquí lo que escribía en 1989 el difunto Profesor León Schwartzenberg : “Son, sin duda, principalmente los jóvenes quienes serán los propagadores [del sida] ; ahora bien, ellos no son absolutamente conscientes del drama del sida, que para ellos es una enfermedad de viejos. Ellos son reafirmados en esta convicción por la actitud de la clase política, mucho más vieja que ellos y que organiza una propaganda débil : la publicidad oficial por los preservativos parece ser hecha por gente que no los utiliza jamás, para gente que no quiere utilizarlos.”

Los oyentes, lectores y telespectadores no pueden por tanto creer ingenuamente las declaraciones imprudentes que les dirigen los dignatarios, sin arriesgarse a, como ellos, verse acusados tarde o temprano de estar “en el origen de gran número de contaminaciones.”

Además es engañoso afirmar que la Iglesia no tiene enseñanza oficial sobre el sida y el preservativo. Incluso si el Papa evita sistemáticamente utilizar esta última palabra, los problemas morales suscitados por el uso del preservativo son abordados en todas las grandes enseñanzas relativas a las relaciones conyugales y los fines del matrimonio. Cuando se trata el sida y el preservativo a la luz de la moral cristiana, hay que tener presente que recordar ésta comporta puntos esenciales: la unión carnal debe hacerse en el marco del matrimonio monogámico del hombre y de la mujer ; la fidelidad conyugal es el mejor resguardo contra las enfermedades sexualmente transmisibles y el sida ; la unión conyugal debe estar abierta a la vida, a lo que hay que agregar el respeto a la vida del otro.

Resulta que la Iglesia Católica no tiene que predicar una moral de la pareja sexual. Ella debe enseñar y enseña una moral conyugal y familiar. Ella se dirige a los esposos, a las parejas unidas sacramentalmente en el matrimonio, que es monogámico y heterosexual. Las declaraciones divulgadas a propósito del preservativo por los dignatarios conciernen parejas, las cuales mantienen relaciones pre o extramatrimoniales, episódicas o continuas, heterosexuales, homosexuales, lesbianas, sodomíticas, etc. No se ve por qué la Iglesia y, menos, cualquiera de los dignatarios investidos de autoridad magisterial, deberían, a riesgo de escandalizar, venir en auxilio del vagabundeo sexual y administrar los pecados de aquellos que, en la mayoría de los casos, se burlan completamente, en la práctica y con frecuencia en forma teórica, de la moral cristiana. “¡Pecad, hermanos, pero de manera segura!” ¡Luego del “Safe Sex” (Sexo seguro), he aquí el “Safe Sin” (Pecado seguro)!

La Iglesia y sus dignatarios no tienen en absoluto por misión explicar cómo hacer para pecar confortablemente. Abusarían de su autoridad si se pusieran a prodigar consejos sobre la manera de terminar un divorcio, ya que la Iglesia Católica considera que el divorcio está siempre mal. Es incluso endurecer al pecador, el mostrarle cómo él debería actuar para escapar de las consecuencias indeseables de su pecado.

De donde la pregunta: ¿es admisible que estos dignatarios, normalmente guardianes de la doctrina, oculten las exigencias de la moral natural y de la moral evangélica, y que no lancen más bien una llamada a un cambio de conducta?

Es inadmisible e irresponsable que estos dignatarios den su aprobación a la idea del sexo seguro, utilizada para dar tranquilidad a los usuarios del preservativo, mientras que se sabe que esta expresión es mentirosa y conduce al abismo. Estos distinguidos dignatarios deberían, por tanto, preguntarse si ellos no incitan solamente a despreciar el VI mandamiento de Dios, sino también a escarnecer el V mandamiento, "No matarás". La falsa seguridad ofrecida por el preservativo, lejos de reducir los riesgos de contaminación, los multiplica. El reproche de no honrar el V mandamiento se vuelve contra los mismos que lo dirigían a las "parejas" que no hacen uso del preservativo. La argumentación invocada para intentar "justificar" el uso "profiláctico" del preservativo es así reducida a nada, tanto con relación a la moral natural como a la moral cristiana.

Probablemente hubiese sido más simple decir que si los cónyuges se aman de verdad, y si uno es atacado por el cólera, la peste bubónica, o la tuberculosis pulmonar, se abstendrán de contactos para evitar el contagio.

Al comienzo de este análisis, señalábamos que los dignatarios que preconizan el preservativo asocian frecuentemente a su discurso otras causas que aquellas de las "parejas" sexuales previsoras y organizadas. De hecho, se cita en especial ese caso, para cuestionar toda la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana, sobre el matrimonio, luego sobre la familia, también sobre la sociedad, finalmente sobre la Iglesia misma. Es lo que explica en parte la ausencia casi total de interés de estos dignatarios por las conclusiones científicas y los datos de la moral natural. Estos son, sin embargo, las conclusiones y los datos, que los dignatarios deberían tomar en cuenta a la hora de hacer consideraciones sobre la moral cristiana. Ellos quieren incluso revolucionar la dogmática cristiana, pues se reservan el derecho de apelar a sus opiniones para convocar a toda la institución eclesial a una reforma susceptible de avalar su moral y su dogmática. Intentan así participar, en su ámbito, de esta nueva revolución cultural que analizamos en otro capítulo de este libro.

Sin embargo, como estos dignatarios cometieron, desde el punto de partida, un error de método, al despreciar datos esenciales del problema que pretenden tratar, se introducen en un camino resbaladizo. A partir de premisas falsas, sólo se puede llegar a conclusiones falsas. Es fácil ver donde conducen las consideraciones erráticas de los dignatarios implicados. Se las puede resumir en tres sofismas desmontables por cualquier estudiante secundario.

Primer sofisma:
Mayor: No utilizar el preservativo favorece el sida.
Menor: Favorecer el sida, es favorecer la muerte.
Conclusión: Por tanto, no utilizar el preservativo es favorecer la muerte.

Este razonamiento retorcido se basa en la idea que protegerse, es utilizar el preservativo. Las parejas sexuales pueden ser varias. La fidelidad ni siquiera es considerada. Supuestos irresistibles los impulsos sexuales e imposible la fidelidad conyugal, el único medio para no contraer el sida es hacer uso del preservativo.


Segundo sofisma:
Mayor: El preservativo es la única protección contra el sida.
Menor: La Iglesia Católica está contra el preservativo.
Conclusión: Por tanto, la Iglesia favorece el sida.

Este seudo silogismo se basa en una aserción abusiva enunciada en la mayor, a saber que el preservativo es la única protección contra el sida. Estamos en presencia de una petición de principio. Aquí se trata de un razonamiento falaz donde, la primera premisa siendo presentada como incontestable, va de suyo que el resto también lo es. Se afirma como verdadero lo que debería ser demostrado, a saber que el preservativo es la única protección contra el sida.

Un polisilogismo;
Aquí finalmente un ejemplo de seudo polisilogismo, un sorites sofístico, el cual los dignatarios podrían estudiar:
Mayor: La Iglesia Católica está contra el preservativo;
Menor: El preservativo evita los embarazos no deseados;
Conclusión/Mayor: Por tanto la Iglesia Católica favorece los embarazos no deseados.
Menor: Los embarazos no deseados se evitan por el aborto;
Conclusión: Por tanto, la Iglesia Católica favorece el aborto.
En resumen, la renovación de la moral y de las eclesiologías cristianas no tiene nada que esperar de la explotación pérfida de los enfermos y de su muerte.

Noviembre / 2005

¿Qué pasa con los derechos?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


La Modernidad se ufana de sus conquistas en el ámbito de los derechos humanos. El ser humano, por el mero hecho de serlo, posee la dignidad de persona; es decir, de un ser que es siempre fin en sí mismo y nunca medio para otra cosa. La sociedad, y la autoridad política, se pervierten y deslegitiman cuando pierden de vista su misión de ser garantes de los derechos de la persona.

Entre los ataques más lacerantes contra el ser humano se cuenta el recurso al aborto provocado. El aborto mata, daña, corrompe. Es letal para el niño aún no nacido. Es contrario a la vocación de los padres de alumbrar y cuidar la vida de sus propios hijos. Es un cáncer que se introduce en la sociedad, al hacerla sorda y muda ante el gemido de los más débiles.

No se concibe una sociedad civil y una legislación que cierre los ojos ante la gravedad del aborto. Mucho menos aún, una sociedad y una legislación que desampare o que incluso directamente promueva la eliminación de seres humanos inocentes aún no nacidos.

Si el aborto no sólo no se persigue como lo que es, un delito gravísimo, sino que se tolera o se fomenta, el Estado se convierte en un Leviatán hipócrita, que dice defender a sus ciudadanos, cuando, en realidad, dictamina, de modo caprichoso, que no todos son iguales. En función de diversos intereses, unos serán considerados dignos de vivir y otros no. El ser humano se convierte en juez y verdugo de si mismo.

Las intervenciones sobre el embrión humano, cuando no están orientadas a defenderlo, a cuidarlo y a atenderlo médicamente, son de igual modo un atentado contra la dignidad humana. Un diagnóstico de una malformación o de una enfermedad no debería equivaler, en un mundo civilizado, a una sentencia de muerte.

Mucho trabajo queda por hacer en la tarea de concienciarnos todos del deber de defender la vida. No deja de ser patético que aquellos que se autocalifican como “de izquierdas”, como defensores de los débiles, sean los primeros que están dispuestos a dar un sí, con su voto o con sus propuestas legislativas, a la eliminación violenta de tantos seres humanos.

Una empresa ejemplar

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Fernando Sánchez Argomedo

¿Quién que nos lee no ha tenido alguna experiencia cercana con aquel Osito blanco que lleva en la cabeza un gorrito de panadero con una B en rojo y bien clara?

¿Quién no recuerda haber saboreado un delicioso pastelillo de chocolate con relleno cremoso y algo de fresa? ¿Quién no se ha preparado un delicioso “sándwich” o recuerda el cariño de mamá que nos preparaba nuestro “lunch” con dos piezas de pan de caja ahora llamado pan BIMBO?

¿Qué niño no ha tenido hoy la ilusión de llegar a casa o a la hora del recreo a comer un delicioso panecillo o galleta dulce?

Grupo BIMBO hoy es considerada una de las panificadoras más grandes del mundo, si no es que la más grande. Fue fundada en México en el año de 1945. Tiene una presencia en 18 países de América, Europa y Asia (México, Estados Unidos de América, Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Panamá, Chile, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Perú, Venezuela, Uruguay, Paraguay, la República Checa y China).

Grupo BIMBO cuenta hoy con 91 mil colaboradores, es decir, 91 mil personas de forma directa, otras cientos de miles más, que se han visto beneficiadas con una oportunidad de empleo.


¿DÓNDE ESTÁ LA MAGIA?

Muchos podrán pensar que Grupo BIMBO, al ser un consorcio tan grande, ha crecido gracias a una filosofía capitalista, utilitarista, y justamente ahí esta la diferencia. En su filosofía dice así de claro “en el centro de todos (los valores), como principio fundamental, está la Persona, origen y fin de nuestra acción”.

Hace varios años tuve la oportunidad de entrar por primera vez a las oficina corporativas de Grupo BIMBO para visitar a Don Lorenzo Servitje. Una de las cosas que pensé en aquella ocasión fue que me encontraría con una gran oficina y con gran lujo. Cuál fue mi sorpresa al entrar y ver una oficina de tamaño mediano, muy agradable pero totalmente sobria y sin lujos.

Grupo BIMBO, como toda gran empresa, esta formado por personas, y son estas las que le dan el espíritu. He tenido también la oportunidad de visitar sus plantas, me he encontrado con un orden y una limpieza verdaderamente ejemplares. No sólo eso, la actitud de los obreros es de trabajo, compañerismo y equipo.

Recuerdo la anécdota de la pregunta sobre qué hacían tres albañiles que levantaban una pared: el primero contesto: “aquí, poniendo ladrillos”; el segundo dijo: “estoy construyendo una pared”; y el tercero contestó: “estoy construyendo una catedral”. Los empleados de BIMBO construyen catedrales.

La magia de Grupo BIMBO está en la forma en que hacen empresa, que es muy diferente a tantos consorcios y Grupos que tienen como único y a veces exclusivo objetivo, la utilidad. Yo podría asegurar que Grupo BIMBO es una empresa Social, no por el sólo hecho de que son Empresas Socialmente Responsables, sino por el mismo concepto que se tiene desde adentro.

Don Lorenzo comentó en una conferencia que las empresas se deben a las personas en tres ámbitos: hacia adentro de la empresa con sus colaboradores, ofreciendo trabajo y una meta común; hacia fuera, ofreciendo a los clientes los mejores productos con verdadero aprecio y cariño; y hacia su entorno, procurando mejorar las condiciones sociales de personas que lo necesitan.


LOS VALORES QUE SE VIVEN EN GRUPO BIMBO

Estoy convencido de que Grupo BIMBO vive los principios que pregona, y se puede constatar en cualquiera de las plantas de todo el mundo.

En su página Web podemos encontrar lo siguientes valores:

Persona
"Ver siempre al otro como persona, nunca como un instrumento". Don Lorenzo Servitje

Pasión
"Vemos nuestro trabajo como una misión, una pasión, una aventura. El compartir esto en un ambiente de participación y confianza es lo que constituye el alma de la empresa". Don Lorenzo Servitje

Rentabilidad
"Es el resultado visible de todas nuestras ideas, esfuerzos e ilusiones. Es el oxígeno que permite a nuestra empresa seguir viviendo". Daniel Servitje

Efectividad
"Lograr que las cosas sucedan: Resultados. Servir bien es nuestra razón de ser". Don Roberto Servitje

Trabajo en equipo
"Ágiles, activos, entusiastas, con los tenis puestos. Compartir, aprender de todos". Daniel Servitje

Confianza
"Base sobre la que se construye todo. Contar con el otro para la tarea común". Daniel Servitje

Calidad
"Nuestra empresa debe ser creadora, eficiente, productiva y con un altísimo ideal de Calidad y Servicio". Don Roberto Servitje


UN APOYO PARA ESTA GRAN EMPRESA GLOBAL MEXICANA

Tal vez Grupo BIMBO no necesita ningún apoyo; sin embargo, no podemos quedarnos callados cuando personas sin escrúpulos dañan con sus mentiras a un patrimonio de nuestra nación.

Suena exagerado decir patrimonio, pero lo es. El que un grupo de mexicanos formado no sólo por quienes dirigen la empresa, sino también por quienes colaboran en ella –porque BIMBO no sólo es de sus fundadores sino también de quienes colaboran, ya que la justa distribución de sus utilidades derrama a todos los niveles de forma equitativa–, haya logrado ser una de las más importantes empresas panificadoras del mundo, es un gran orgullo que nos debe hacer pensar que los mexicanos sí podemos.

Y los que trabajan para este Grupo en cualquier parte del mundo, lo deben ratificar y se deben sentir orgullosos de trabajar en una empresa social que ha beneficiado a millones de personas.
Por esto, frente a los descalificativos que ha recibido su Presidente Honorario Don Lorenzo Servitje –hombre cabal, de palabra, muy claro y muy, muy humano, y de alguna forma, el Grupo BIMBO–, no tenemos más que apoyarlos, agradecerles su espíritu empresarial y ejemplo social.

Qué bueno que existan empresarios que conocen a las personas, que conocen los problemas de los más necesitados, y que no sólo se han quedado en palabras, han hecho mucho por la educación, la ecología, por crear una verdadera conciencia social.

Por lo mismo, podemos sostener… millones estamos con BIMBO y con su Presidente Honorario, Don Lorenzo Servitje.


martes, 12 de febrero de 2008

¡Nuestros muertos!

Por: Querien Vangal

El morir no es acabarse;
es renacer a otra viday en ella purificarse.

¿A qué viene, y cómo se explica, la devoción de nuestros pueblos a los Fieles Difuntos? Ese cuestionamiento me lo he hecho muchas veces. No podemos ni queremos establecer comparación con otras culturas no cristianas, que no tienen nuestra esperanza, y que son también muy apegadas al culto de sus muertos. Hablamos de nosotros porque tenemos fe. Sabemos que los que nos precedieron están en el seno de Dios. Y sin embargo, pensamos mucho en ellos, rezamos mucho por ellos, y los muertos están presentes en nuestras familias como lo estuvieron en vida. No pasa así en otras civilizaciones también cristianas --que se dicen superiores-- y que ante sus muertos se muestran bastante frías...

Hablando, pues, de nosotros, ciertamente que hay dos explicaciones, muy legítimas las dos, y también bastante claras, en este proceder nuestro con los difuntos: el amor familiar y el buen corazón de nuestras gentes.

La primera, el amor familiar, es evidente. Nuestros pueblos conservan, gracias a Dios, un gran apego a la familia. Y es natural que, al llegar este día, sintamos la necesidad de hacer más presentes entre nosotros a los seres queridos que se nos fueron.

La segunda explicación que se da es el buen corazón, que nos hace sentir muy de cerca el dolor de los demás. Y eso de pensar que nuestros difuntos están a lo mejor todavía purificándose en aquel fuego devorador que, según la piedad y la fe cristiana, llamamos Purgatorio, eso nos llega muy al fondo del alma. Y eso es también lo que nos mueve a intensificar nuestros sufragios ante Dios por las almas benditas.

Hablando de esta segunda razón --el buen corazón de nuestros pueblos--, explicaba un prestigioso sacerdote latinoamericano:

-- Pasa con los Difuntos como lo que ocurre en nuestros pueblos con el Santo Cristo. Se le tiene una devoción muy especial. Por ejemplo, llega la Semana Santa, y hay que ver las plegarias ante el Señor que sufre y cómo se le acompaña en procesiones penitenciales... Pasa el Sábado Santo con el recuerdo de la Virgen Dolorosa, y dice poco la celebración del Señor que resucita. ¿A qué obedece este fenómeno, a sólo cultura o a un sentimiento muy profundo del corazón?...

Nosotros aceptamos esta realidad: los difuntos nos dicen mucho al corazón, y los recordamos, rogamos por ellos, y los seguiremos encomendando siempre al Señor. Pero, ¿qué debemos pensar de las penas del Purgatorio, de las cuales queremos aliviar a nuestros queridos difuntos? Aquí deberíamos tener las ideas muy claras. La Iglesia, guiada siempre en su fe por el Espíritu Santo, es quien tiene la palabra. Y lo que nos enseña nuestra fe se puede resumir en dos o tres afirmaciones breves y seguras.

Es cierto que en la Gloria de Dios no puede entrar nada manchado. Quien tenga pecado mortal --que quiere decir esto: de muerte eterna-- no verá jamás a Dios.

¿Y quien no tenga pecado mortal, sino faltas ligeras, apego a las criaturas, amor muy imperfecto a Dios, mezclado con tanto polvo y tantas salpicaduras de fango que se nos apegan siempre?... A la condenación eterna no va el que muere en estas condiciones, pero tampoco puede entrar en un Cielo que no admite la más mínima mancha de culpa.

Para eso está el Purgatorio, que significa eso: lugar de limpieza, de purificación. Lo cual es una gran misericordia de Dios. Si no existiera esa purificación y limpieza, ¿quién entraría en el Cielo, fuera de niños inocentes y de grandes santos que apenas se han manchado con culpa alguna?
San Juan Bautista Vianney, el Párroco de Ars, lo explicaba así en sus catequesis famosas:

-- Cuando el hombre muere, se halla de ordinario como un pedazo de hierro cubierto de orín, que necesita pasar por el fuego para limpiarse.

¿Y qué podemos hacer nosotros? Pues, mucho. Al ser cierto que todos los miembros de la Iglesia formamos un solo Cuerpo, y que está establecida entre todos la Comunión de los Santos --es decir, la comunicación de todos nuestros bienes de gracia--, todos podemos rogar los unos por los otros.

Nosotros rogamos por las almas benditas para que Dios les alivie sus penas y las purifique pronto, pronto, y salgan rápido del Purgatorio.

Y esas almas tan queridas de Dios, que tienen del todo segura su salvación, ruegan también por nosotros, para que el Señor nos llene de sus gracias y bendiciones.
Ésta ha sido siempre la fe de la Iglesia Católica.

Esto hacemos cada día cuando en la Misa ofrecemos a Dios la Víctima del Calvario, Nuestro Señor Jesucristo, glorificado ahora en el Cielo, pero que se hace presente en el Altar y sigue ofreciéndose por la salvación de todos: de los vivos para que nos salvemos, y de los difuntos que aún necesitan purificación.

Eso hacemos también con todas nuestras plegarias por los difuntos.

Esto hace la Iglesia especialmente en este día, con una conmemoración que nos llena el alma de dulces recuerdos, de cariños nunca muertos, de esperanza siempre viva...

¡Los Difuntos! ¡Nuestros queridos Difuntos! No los podemos olvidar delante de Dios, desde el momento que los queremos tanto....

Vivir con tanta intensidad la Solemnidad de Todos los Santos, así como también el día de mañana, Conmemoración de los Difuntos. Estos dos días engloban en sí de modo muy especial la fe en la "vida eterna" (últimas palabras del Credo apostólico).Si bien estos dos días enfocan ante los ojos de nuestra alma lo ineludible de la muerte, dan también al mismo tiempo testimonio de la vida.

El hombre que está "condenado a muerte", según las leyes de la naturaleza, el hombre que vive con la perspectiva de la aniquilación de su cuerpo, este hombre desarrolla su existencia al mismo tiempo con perspectivas de vida futura y está llamado a la gloria.

La Solemnidad de Todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a los que han alcanzado ya la plenitud de su llamada a la unión con Dios. El día de la Conmemoración de los Difuntos hace converger nuestros pensamientos en quienes, después de dejar este mundo, en la expiación esperan alcanzar la plenitud de amor que requiere la unión con Dios.

Se trata de dos días grandes en la Iglesia que "prolonga su vida" de cierta manera en sus santos y en todos los que se han preparado a esa vida sirviendo a la verdad y al amor.

Por ello los primeros días de noviembre la Iglesia se une de modo especial a su Redentor, que nos ha introducido en la realidad misma de esa vida a través de su Muerte y Resurrección. Al mismo tiempo ha hecho de nosotros "un reino de sacerdotes" para su Padre.

Precisamente hoy también yo, en el recogimiento, doy gracias al Señor por los treinta y dos años de sacerdocio que se cumplen justamente en esta Solemnidad de Todos los Santos.

Por ello, a nuestra oración común uniré una intención especial por las vocaciones sacerdotales en la Iglesia de todo el mundo. Me dirijo a Cristo para que llame a muchos jóvenes y les diga: "Ven y sígueme". Y pido a los jóvenes que no se opongan, que no contesten "no". A todos ruego que oren y colaboren en favor de las vocaciones.La mies es grande. La festividad de Todos los Santos nos dice precisamente que la mies es abundante. No la mies de la muerte, sino la de la salvación; no la mies del mundo que pasa, sino la mies de Cristo que perdura a través de los siglos. (SS Juan Pablo II, 1 de noviembre 1978. Solemnidad de todos los santos)


Noviembre / 2005

No quiero tu verdad a fuerza

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Peter Kreeft es un apologista católico, profesor de filosofía en la Universidad de Boston y el King's College, y autor de más de 45 libros incluyendo Fundamentos de la Fe, Todo lo que Ever Wanted que saber del cielo, y volver a la Virtud. Some consider him the best Catholic philosopher currently residing in the United States. Algunos lo consideran el mejor filósofo católico que actualmente residen en los Estados Unidos. His ideas draw heavily from religious and philosophical tradition, especially Thomas Aquinas , Socrates , GK Chesterton and CS Lewis . Sus ideas basará en gran medida de la tradición religiosa y filosófica, en especial Tomás de Aquino, Sócrates, GK Chesterton y CS Lewis. Kreeft has writings on Socratic logic, the sea, Jesus Christ, the Summa Theologica, angels, Blaise Pascal, and Heaven, as well as his work on the Problem of Evil , for which he was interviewed by Lee Strobel in his bestseller, The Case for Faith . [1] Kreeft ha escritos sobre lógica socrática, el mar, Jesucristo, la Suma Teológica, ángeles, Blaise Pascal, y el cielo, así como su trabajo sobre el problema del mal, para el que fue entrevistado por Lee Strobel, en su best-seller, El Asunto De la Fe [1].

Cuenta Peter Kreeft que un día, durante una de sus clases de ética, un alumno le dijo que la moral era algo relativo y que él como profesor no tenía derecho a “imponerle sus valores”.

Bien –le contestó Kreeft, iniciando con ello un debate sobre aquella cuestión–, voy a aplicar a la clase tus valores y no los míos. Tú dices que no hay valores absolutos, y que los valores morales son subjetivos y relativos. Como resulta que mis ideas personales son un tanto singulares en algunos aspectos, a partir de este momento voy a aplicar esta: todas las alumnas quedan suspendidas.

El alumno se quedó sorprendido y protestó diciendo que aquello no era justo. Kreeft le argumentó: ¿Qué significa para ti ser justo? Porque si la justicia es sólo “mi” valor o “tu” valor, entonces no hay ninguna autoridad común a nosotros dos. Yo no tengo derecho a imponerte mi sentido de la justicia, pero tú tampoco puedes imponerme el tuyo...

Por tanto, solamente que haya un valor universal llamado justicia, que prevalezca sobre nosotros, puedes apelar a él para juzgar injusto que yo suspenda a todas las alumnas. Pero si no existieran valores absolutos y objetivos fuera de nosotros, solo podrías decir que tus valores subjetivos son diferentes de los míos, y nada más.

Sin embargo –continuó Kreeft–, no dices que no te gusta lo que yo hago, sino que es injusto. O sea, que, cuando desciendes a la práctica, sí crees en los valores absolutos.

Los relativistas y los escépticos consideran que aceptar cualquier creencia es algo servil, una torpe esclavitud que coarta la libertad de pensamiento e impide una forma de pensar elevada e independiente.

Clive Staples Lewis (1898-1963), crítico, académico y novelista inglés considerado como una de las figuras más interesantes del pensamiento inglés del siglo. XX, escribió que aunque un hombre afirme no creer en la realidad del bien y del mal, le veremos contradecirse inmediatamente en la vida práctica. Por ejemplo, una persona puede no cumplir su palabra o no respetar lo acordado, arguyendo que no tiene importancia y que cada uno ha de organizar su vida sin pensar en teorías. Pero lo más probable es que no tarde mucho en argumentar, refiriéndose a otra persona, que es indigno que haya incumplido con él sus promesas.

Cuando los defensores del relativismo hablan en defensa de sus derechos, suelen desprenderse de todo su relativismo moral y condenar con rotundidad la objetiva inmoralidad de quien pretenda causarle daño. Y si alguien les roba la cartera, o les da una bofetada, lo más probable es que olviden su relativismo y aseguren –sin relativismo ninguno que eso está muy mal, diga lo que diga quien sea (sobre todo si lo dice el ladrón o agresor correspondiente). Porque si la palabra dada no tiene importancia, o si no existen cosas tales como el bien y el mal, o si no existe una ley natural, ¿cuál es la diferencia entre algo justo o injusto? ¿Acaso no se contradicen al mostrar que, digan lo que digan, en la vida práctica reconocen que hay una ley de la naturaleza humana?

El relativismo, al no tener una referencia clara a la verdad, lleva a la confusión global de lo que está bien y lo que está mal. Si se analizan con un poco de detalle sus argumentaciones, es fácil advertir –como explica Peter Kreeft– que casi todas suelen refutarse a sí mismas:

-- "La verdad no es universal" (¿excepto esta verdad?)

-- "Nadie puede conocer la verdad" (salvo tú, por lo que parece)

- "La verdad es incierta" (¿es incierto también lo que tú dices?)

- "Todas las generalizaciones son falsas" (¿esta también?)

- "No puedes ser dogmático" (con esta misma afirmación estás demostrando ser bastante dogmático)

- "No me impongas tu verdad" (tú me estás imponiendo ahora tus verdades)

- "No hay absolutos" (¿absolutamente?)

- "La verdad solo es opinión" (tu opinión, por lo que veo)

- Etcétera ad nauseam


Octubre / 2005

No quieras matar a Dios

Por: Antero Duks

¿Quieren saber ustedes cómo se portan algunos hombres con Dios?... Se lo voy a responder después de narrarles un cuento algo divertido de hace ya muchos siglos.

El cuento nos dice que un guerrero de la antigüedad pagana, adorador del Sol como su dios, se subió a una alta montaña durante la noche callada, sin más testigo que las estrellas. El general había sido vencido en la batalla, pudo escapar de la muerte por las justas, y ahora ascendía a la altura para vengarse de su dios el Sol. Iba vestido de militar y con todas las armas dispuestas para el ataque. A los campesinos de la comarca les había advertido:

Mañana no se levanten ni salgan a trabajar, porque no van a tener luz y va a hacer mucho frío.

Los labradores le preguntaban ansiosos:

¿Por qué? Pues, ¿qué va a ocurrir?

Y el general se lo explicaba claro:

Porque yo le voy a prohibir al Sol que se alce sobre el horizonte. Si lo hace, se va a acordar. Vale más que no lo intente. Mis saetas son poderosas para llegar hasta él y clavarse en su corazón.

Los campesinos, que no habían ido a la escuela, pero que no eran tontos, se apostaron al pie de la montaña para observar. Todos se reían, pero algunos tenían miedo, porque la venganza del general, al sentir un nuevo fracaso --ahora en su lucha con el dios Sol, al que ellos también adoraban-- podría volverse contra el pueblo y, al no haber podido contra su dios, se volvería contra ellos y los mataría a filo de espada. Pasaron todos la noche al raso: el guerrero en la cima; los demás, ocultos a prudente distancia, observando todos los movimientos de aquel loco.

Eran ya las cinco de la mañana y empezaba a verse en la lejanía del Oriente la primera luz. El general, se dispone para la lucha con todos sus arreos militares. Con la mano izquierda sostiene el arco, tiene en la derecha la saeta más larga y más aguda, y la aljaba está llena con buena provisión de flechas. Cuando ya la luz aumentaba demasiado y se adivinaba la presencia del Sol, comienza a gritar con voz imperiosa:

¡Sol, detente! ¡No te presentes más aquí! Como te asomes, te clavo la primera saeta en la frente.
Si avanzas, las demás saetas se te van a clavar en el corazón. Los campesinos, escondidos, seguían riendo y temiendo a la vez.

¡A ver, a ver en qué para todo esto!...

El sol, sin hacer ningún caso al general, empezó a alzar la cabeza. La primera flecha del guerrero subió alta, muy alta, pero el Sol seguía sin hacer ningún caso y continuó ascendiendo cada vez más, mientras el guerrero enloquecido gritaba como un energúmeno:

¡Detente, que, si no, las últimas te las clavo en el corazón!...

Agotadas todas las flechas de la aljaba, y sin que el Sol se hubiera doblegado, el general, despechado, saca el puñal y se lo clava en su propio pecho, ya que no ha podido clavar sus flechas en el de su dios. Pero antes, se despide de todo lanzando el último rugido contra su enemigo el dios Sol.

-¡Has vencido! Eres un dios y yo no puedo contra ti. De lo contrario, ahora estarías muerto sin remedio...

Los campesinos, que habían visto y oído todo, se acercaron tranquilos al lugar donde yacía el cadáver. Ya no podía el general vengarse en ellos, los adoradores del Sol. Ni quisieron enterrar al loco aquel, y se decían:

No vale la pena. Como hay en la región muchos cuervos, les regalamos el muerto para que celebren un banquete bien contentos...

Debo decirles a ustedes que, cuando leí este cuento --un poco largo, pero he preferido narrarlo entero-- vi en él retratados a perfección a los que se enfrentan de mil maneras con Dios. Y me pregunté:

¿Qué hacemos los creyentes? ¿Reírnos? ¿Temer su venganza? ¿Despreciarlos?...

Nosotros pensamos que es mejor compadecerlos, y hacer algo por que usen la sensatez para que se salven, antes de que se suiciden y se pierdan sin remedio, ya que el suicidio del alma es mil veces peor que el ejecutado con una pistola...

En el general del cuento, radicaba todo en que no le salieron bien las cosas durante una batalla, y la culpa se la echaba a su dios el Sol. Entre nosotros, hay quienes se alejan de Dios por contradicciones de la vida a las que no saben sobreponerse, y achacan la responsabilidad a Dios. Y si Dios no me ayuda --se dicen--, ¿Dios para qué?...

Es más frecuente el desinterés de Dios, el de aquellos que se dicen:

Si no necesito a Dios, ¿por qué ha de haber encima de mí un Dios que me manda, que me vigila, que me estorba?...

Nosotros, creyentes sinceros por la gracia de Dios, preferimos vivir y morir pendientes de su mano divina, y le decimos:

¡Señor, Tú eres el sol que nos alumbras el camino! Que nunca nos falte tu luz...

¡Señor, Tú nos quieres tanto! Que vivamos siempre pendientes de tu Providencia amorosa...

¡Señor, Tú eres el Padre que nos esperas a tu lado! Que alcancemos la felicidad en que soñamos...

Y a los que no creen en ti y te dejan de lado, a los que te creen enemigo suyo, muéstrales la salvación que les mandaste con tu Hijo Jesús...

miércoles, 6 de febrero de 2008

La vida humana es sagrada

Fuente: I Congreso pro Vida y Familia, Ecuador 2007
Recopiló: Querien Vangal

«El evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas» (Evangelium vitae, n. 1).

I. Urgencia de la pastoral familiar en la situación actual

No me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree”. Así se expresa el Apóstol de las gentes al comprobar la incomprensión con la que se recibían sus palabras en un mundo alejado del mensaje de Dios. Los obispos nos vemos en la necesidad de repetir con firmeza esta afirmación de San Pablo al plantearnos en la actualidad la misión de anunciar a todos el Evangelio sobre el matrimonio y la familia. Se requiere la valentía propia de la vocación apostólica para anunciar una verdad del hombre que muchos no quieren escuchar. Es necesario vencer la dificultad de un temor al rechazo para responder con una convicción profunda a los que se erigen a sí mismos como los “poderosos” de un mundo al cual quieren dirigir según su propia voluntad e intereses. El amor a los hombres nos impele a acercarles a Jesucristo, el único Salvador.

Se trata de vivir el arrojo de no adaptarse a unas convenciones externas de lo que se viene a llamar “políticamente correcto”; de que todo cristiano sea capaz de poder hablar como un ciudadano libre al que todos deben escuchar con respeto. Sólo así, en este ámbito específico de la relación hombre-mujer, podremos “dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere”. Esto supone vivir con radicalidad la libertad profunda de los hijos de Dios, buscar la verdad más allá de las redes que tienden los sofistas de cada época que se adaptan exclusivamente al aplauso social.

El Apóstol siente en su propia carne la fuerza de la acusación de “necedad” con la que la cultura de su época calificaba su mensaje, pero gusta en cambio la “fuerza de Dios” contenida en su predicación. Vive así en toda su intensidad la contradicción entre la Palabra de Dios y cierta sabiduría de su tiempo, y atribuye con certeza el motivo de tal desencuentro a un radical “desconocimiento de Dios” propio de un mundo pagano que ignora lo más fundamental de la vida y el destino de los hombres. Con una aguda comprensión de la interioridad humana, San Pablo no describe esta ignorancia como un problema meramente intelectual, sino ante todo como una auténtica herida en el centro del hombre, como “un oscurecimiento del corazón”. El hombre, cuando se separa de Dios, se desconoce a sí mismo.

El Apóstol responde así con la luz del Evangelio ante un ambiente cultural que ignora la verdad de Dios y que, en consecuencia, busca justificar las obras que proceden de sus desviados deseos. Con ello advierte también a las comunidades cristianas para que no sucumban a las seducciones de un estilo de vida que les apartaría de la vocación a la que han sido llamados por Dios. Es una constante en sus escritos, donde exhorta a los cristianos a no dejarse engañar ante determinadas fascinaciones ofrecidas con todo su atractivo por una cultura pagana dominante.
Todo ello lo realiza desde la visión profunda del “poder de Dios” que es “salvación para los que creen”; desde un plan de salvación que obra en este mundo y que cambia la vida de las personas y que alcanza de distinto modo a todos los hombres cuando se acepta en la “obediencia de la fe”.

La Iglesia en América Latina ha de saber vivir esa realidad en nuestros días, en el momento en el que el anuncio del Evangelio sufre un formidable desafío por parte de la cultura dominante. Una cultura surgida de un planteamiento que ignora el valor trascendente de la persona humana y exalta una libertad falsa y sin límites que se vuelve siempre contra el hombre.

Se trata de una sociedad -paradójicamente en los países más desarrollados- que se declara a sí misma como postcristiana, y que va adquiriendo progresivamente unas características del todo paganas. Esto es, una sociedad en la que la sola mención al cristianismo se valora negativamente como algo sin vigencia que recordaría tiempos felizmente superados.

El problema de fondo es, una vez más, el olvido de un Dios único en una cultura en la que la simple referencia a lo divino deja de ser un elemento significativo para la vida cotidiana de los hombres y queda simplemente como una posibilidad dejada a la opción subjetiva de cada hombre. Esto construye una convivencia social privada de valores trascendentes y que, por consiguiente, reduce su horizonte a la mera distribución de los bienes materiales, dentro de un sistema de relaciones cerrado al misterio y a las preguntas últimas. En este sentido, el Magisterio de la Iglesia ha manifestado repetidas veces los peligros que emanan de este modo de ordenar la sociedad que, tras un relativismo en lo moral, esconde el totalitarismo de determinadas ideologías propugnado por aquellos que dominan los poderes fácticos.

Al respecto, recuerdo las palabras pronunciadas en la Basílica de San Pedro en la homilía de la Misa Pro Eligiendo Pontífice, por el entonces Cardenal Decano del Colegio Cardenalicio, Joseph Ratzinger: “una fe “adulta” no es la que “sigue las olas de la moda” sino la que está “profundamente radicada en la amistad de Cristo”, “tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, viene constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier tipo de doctrina’, aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos modernos. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus ganas”.

El Cardenal hizo esta reflexión tras constatar las olas de las corrientes ideológicas y modos de pensar de las últimas décadas por las que “la pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido no raramente agitada” e, incluso, “botada de un extremo al otro”. “Del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo y así en adelante. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza cuanto dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a arrastrar hacia el error”.

Por eso, las realidades humanas más elementales que están vinculadas a la conformación de una vida y al sentido de la misma quedan en muchos casos vacías de contenido. Así se aboca al hombre al nihilismo y la desesperanza ante el futuro que se extienden como fantasmas en todos los ambientes de la sociedad. Son un auténtico cáncer que “aun antes de estar en contraste con las exigencias y los contenidos de la palabra de Dios, niega la humanidad del hombre y su misma identidad”.

Ante esta situación contradictoria hay que afirmar con Juan Pablo II que: “la Iglesia…, en todos sus estamentos, ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia”. No pocas veces ante el desafío implacable de la cultura dominante en lo referente a este tema vital, muchos cristianos, incluso algunos Pastores, sólo han sabido responder con el silencio, o incluso han promovido ilusamente una adaptación a las costumbres y valores culturales vigentes sin un adecuado discernimiento de lo genuinamente humano y cristiano. En la actualidad, tras la calidad y cantidad de doctrina actualizada en este tema y la llamada imperiosa a la evangelización de las familias, tal silencio o desorientación no puede sino calificarse como culpable.

II. Alzar la voz para desenmascarar la situación actual

La Iglesia, cuya misión comienza con el anuncio íntegro del Evangelio, tiene como fin hacer vida aquello que anuncia. No sólo debe saber presentar de un modo creíble y cercano el tesoro de gracia que ha recibido, sino custodiar su crecimiento como el testimonio más verdadero de la presencia de Dios en este mundo. El Evangelio del matrimonio y la familia no tiene como término su predicación, se dirige necesariamente a fomentar la vida en Cristo de los matrimonios y las familias que conforman la Iglesia de Cristo. Es en ellas donde la Comunidad eclesial se comprende a sí misma como la gran familia de los hijos de Dios.

Por esta misión divina recibida de Cristo, la Iglesia en América Latina se plantea su propia responsabilidad ante todos los matrimonios y familias de nuestros países. Esto supone, en primer lugar, ser consciente de las dificultades y preocupaciones que les asaltan, así como las presiones y mensajes falsos, o al menos ambiguos, que reciben. Por eso mismo, es necesario alzar la voz para desenmascarar determinadas interpretaciones que pretenden marginar la verdad del Evangelio al presentarla como culturalmente superada o inadecuada para los problemas de nuestra época y que proponen a su vez una pretendida liberación que vacía de sentido la sexualidad.

III. El valor sagrado de la vida humana

En continuidad con las enseñanzas de los Romanos Pontífices, nosotros, los Obispos pastores del “Pueblo de la Vida”, damos gracias a Dios Padre por el don de la vida. En la plenitud de los tiempos nos envió a su Hijo nacido de la Virgen María, para que los hombres tengamos vida en abundancia; una “vida nueva y eterna, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador”.

“¡He querido un varón por el favor de Dios”!. Es la exclamación de la primera madre al comprobar la nueva vida como un don de Dios, que confía al hijo en sus manos. En esta experiencia de la transmisión de la vida se ilumina el hecho fundamental de la existencia: se percibe una relación específica con Dios y el valor sagrado de la vida humana. “El origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a la voluntad creadora de Dios”. Es el comienzo de la vocación al amor que nace del amor de Dios, y es “la mayor de las bendiciones divinas”. Por ello, el hijo sólo debe ser recibido como don. Únicamente de esa manera se le da el trato que le es debido como persona, más allá del deseo subjetivo, al recibirlo gratuita y desinteresadamente. Sólo el acto conyugal es el lugar adecuado para la transmisión de la vida, acorde con la dignidad del hijo, don y fruto del amor.

Los que creen en su nombre “no han nacido ni de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Aquí está la revelación última del valor de la vida humana como la participación de la vida divina en Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. El hijo no es sólo un don para los padres, sino que es un modo nuevo de recibir al mismo Cristo en la familia. Sólo esta visión permite comprender de modo completo la acción del Dios “vivificante” en la familia.

Universalmente, todas las culturas han reconocido el valor y la dignidad de la vida humana. El precepto de “no matarás”, que custodia el don de la vida humana, es una norma que toda cultura sana ha reconocido como principio fundamental. El derecho a la vida y el respeto a la dignidad de la persona son valores que la Declaración Universal de los Derechos Humanos propone como fundamento para la convivencia.

Este reconocimiento universal encuentra su plena confirmación en la revelación del Evangelio de la vida con el misterio de Cristo. La vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable. “La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente”. Por ello, todo atentado contra la vida del hombre es también un atentado contra la razón, contra la justicia y constituye una grave ofensa a Dios.

Al respecto el Papa Benedicto XVI pide “que crezca el respeto al carácter sagrado de la vida” y que “aumente el número de quienes contribuyen a realizar en el mundo la civilización del amor”. Y también invita a los fieles a mantener “un esfuerzo constante en favor de la vida y la institución familiar para que nuestras comunidades sean un lugar de encuentro y esperanza donde se renueve, a pesar de tantas dificultades, un gran “sí” al amor auténtico y a la realidad del hombre y la familia según el proyecto originario de Dios”.

“Jesús dijo: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás...”. Precisamente éste es el primer precepto del Decálogo que Jesús recuerda al Joven que pregunta qué mandamientos debe observar.

El mandamiento de Dios no esta nunca separado de su amor; es siempre un don para el crecimiento y la alegría del hombre. Como tal, constituye un aspecto esencial y un elemento irrenunciable del Evangelio, más aún, es presentado como “evangelio”, esto es, buena y gozosa noticia. También el Evangelio de la vida es un gran don de Dios y, al mismo tiempo, una tarea que compromete al hombre.

Suscita asombro y gratitud en la persona libre, y requiere ser aceptado, observado y estimado con gran responsabilidad: al darle la vida, Dios exige al hombre que la ame, la respete y la promueva. De este modo, el don se hace mandamiento, y el mandamiento mismo es un don.

Como sucede con las cosas, y más aún con la vida, el hombre no es dueño absoluto y árbitro incensurable, sino -y aquí radica su grandeza sin par- que es “administrador del plan establecido por el Creador”.

La vida se confía al hombre como un tesoro que no se debe malgastar, como un talento a negociar. El hombre debe rendir cuentas de ella a su Señor.

“La vida humana es sagrada e inviolable”. Con estas palabras la Instrucción Donum vitae expone el contenido central de la revelación de Dios sobre el carácter sagrado e inviolable de la vida humana. En la misma línea el Papa Benedicto XVI, en continuidad con las enseñanzas de sus antecesores, reitera que la "inviolabilidad de la vida humana", que es "sagrada en todas las fases", y auspicia que los progresos de la ciencia respeten el valor de la vida.

En efecto la Sagrada Escritura impone al hombre el precepto “no matarás” como mandamiento divino. Este precepto -como ya se ha indicado- se encuentra en el Decálogo, en el núcleo de la Alianza que el Señor establece con el pueblo elegido; pero estaba ya incluido en la alianza originaria de Dios con la humanidad después del castigo purificador del diluvio, provocado por la propagación del pecado y de la violencia.

Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza. Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del Creador.

Precisamente por esto, Dios se hace juez severo de toda violación del mandamiento “no matarás”, que está en la base de la convivencia social. Dios es el defensor del inocente. También de este modo, Dios demuestra que “no se recrea en la destrucción de los vivientes”. Sólo Satanás puede gozar con ella: por su envidia la muerte entró en el mundo. Satanás, que es “homicida desde el principio”, y también “mentiroso y padre de la mentira”, engañando al hombre, lo conduce a los confines del pecado y de la muerte, presentados como logros o frutos de vida.

Desde sus inicios, la Tradición viva de la Iglesia -como atestigua la Didaché, el más antiguo escrito no bíblico- repite de forma categórica el mandamiento “no matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién nacido… mas el camino de la muerte es éste…que no se compadecen del pobre, no sufren por el atribulado, no conocen a su Creador, matadores de sus hijos, corruptores de la imagen de Dios; los que rechazan al necesitado, oprimen al atribulado, abogados de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo. ¡Ojalá os veáis libres, hijos, de todos estos pecados!”.

A lo largo del tiempo, la Tradición de la Iglesia siempre ha enseñado unánimemente el valor absoluto y permanente del mandamiento “no matarás”. Es sabido que en los primeros siglos el homicidio se consideraba entre los tres pecados más graves -junto con la apostasía y el adulterio- y se exigía una penitencia pública particularmente dura y larga antes que al homicida arrepentido se le concediese el perdón y la readmisión en la comunidad eclesial.
No debe sorprendernos: matar un ser humano, en el que está presente la imagen de Dios, es un pecado particularmente grave. ¡Sólo Dios es dueño de la vida! Desde siempre, sin embargo, ante las múltiples y a menudo dramáticas situaciones que la vida individual y social presenta, la reflexión de los creyentes ha tratado de conocer de forma más completa y profunda lo que prohíbe y prescribe el mandamiento de Dios.

IV. La paternidad responsable: los padres, cooperadores del amor de Dios Creador.

Mediante la transmisión de la vida, los esposos realizan la bendición original del Creador y transmiten la imagen divina de persona a persona, a lo largo de la historia. En consecuencia, son responsables ante Dios de esta tarea, que no es una misión que quede en esta tierra sino que apunta más allá. De ahí deriva la grandeza y la dignidad, y también la responsabilidad de la paternidad y maternidad humanas.

Dado que el amor de los esposos es una participación en el misterio de la vida y del amor de Dios, la Iglesia sabe que ha recibido la misión de custodiar y proteger la dignidad del matrimonio y su gravísima responsabilidad en la transmisión de la vida humana.

Así nos lo recuerda Juan Pablo II en la Exhort. Apost. Familiaris consortio y en la Carta a las Familias: “este Sagrado Sínodo de Obispos, reunido en la unidad de la fe con el sucesor de Pedro, mantiene firmemente lo propuesto en el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes) y después en la Encíclica Humanae vitae, que el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida. Y últimamente se pronunció al respecto el Papa Benedicto XVI en el V Encuentro Mundial de las familias celebrado en julio del 2005 en Valencia-España.

“La unión ‘en una sola carne’ es una unión dinámica, no cerrada en sí misma, ya que se prolonga en la fecundidad. La unión de los esposos y la transmisión de la vida implican una sola realidad en el dinamismo del amor, no dos, y por ello no son separables, como si se pudiera elegir una u otra sin que el significado humano del amor conyugal quedase alterado”.

De esta unión los esposos son intérpretes, no árbitros, pues es una verdad propia del significado de la sexualidad, anterior, por tanto, a la elección humana. Para el adecuado conocimiento de esto no basta una mera información de la doctrina de la Iglesia, sino una autentica formación moral, afectiva y sexual que incluya el dominio de sí por la virtud de la castidad. Por esta virtud, la persona es capaz de captar el significado pleno de su entrega corporal abierta a una fecundidad.

Por eso, a la luz de la validez de la verdad de la inseparabilidad de los significados unitivo y procreador de todo acto conyugal, los esposos han de saber discernir en una decisión ponderada, conjunta y ante Dios, la conveniencia del nacimiento de un nuevo hijo o, por graves motivos, la de espaciar tal nacimiento mediante la abstinencia en los períodos genésicos. Esta tarea es lo que se denomina paternidad responsable, que conlleva el conocimiento, la admiración y el respeto de la fertilidad combinada de hombre y mujer como obra del Creador. Tal decisión debe estar siempre iluminada por la fe y con una conciencia rectamente formada. Se ha de cuidar con delicadeza los casos en que existan criterios dispares dentro del matrimonio y una de las partes sufra la imposición de la otra.

Dada la extensión de una mentalidad anticonceptiva que llena de temor a los esposos, cerrándoles a la acogida de los hijos, no puede faltarles el ánimo y el apoyo de la comunidad eclesial. Es más, debe ser un contenido siempre presente en los cursos prematrimoniales, en donde se debe incluir una información sobre los efectos secundarios de los métodos anticonceptivos y los efectos abortivos de algunos de ellos. En los casos en que se requiera, se ha de informar a los esposos del uso terapéutico de algunos fármacos con efectos anticonceptivos, e igualmente alertar sobre la extensión indiscriminada en la práctica médica de la esterilización. Se ha de formar al profesional de la salud en su tarea de servicio a la familia y no de imposición de criterios de efectividad, incluso con el recurso de amedrentar a las familias ante la fertilidad. Debe quedar claro que en ningún caso se puede considerar la concepción de un niño como si fuese una especie de enfermedad. La vivencia de la paternidad responsable en el matrimonio cristiano ha de estar imbuida de confianza en Dios providente.

V. La preparación al matrimonio

Las graves dificultades que encuentra una persona para constituir su matrimonio y llevar adelante su familia, la extensión de los fracasos matrimoniales y las secuelas de dolor que dejan en tantas personas -en especial las más inocentes: los niños- nos manifiesta la gran necesidad de preparar a las personas para afrontar, con la gracia de Dios y la disposición propia, esta tarea peculiar que han de vivir en la Iglesia. Las carencias de las personas al acceder al matrimonio son también manifestación de una inadecuada preparación por parte de la acción pastoral de la Iglesia, que no ha llegado a responder a las exigencias propias de su misión. Por todo ello, la pastoral de preparación al matrimonio es, en la actualidad, más urgente y necesaria que nunca.

La primera y fundamental pastoral familiar es la que realizan las propias familias, pues, en su seno, el ser humano se va desarrollando y se hace capaz de intervenir en la sociedad. La gran contribución de la familia a la Iglesia y a la sociedad es la formación y madurez de las personas que la componen. En este sentido, la familia es la primera y principal protagonista de la pastoral familiar, el sujeto indispensable e insustituible de esa pastoral. Por eso, la pastoral familiar que se realice desde la comunidad cristiana, consciente de este hecho, debe adaptarse a “los procesos de vida” propios de la familia, en orden a su integración en la iglesia local y en la sociedad.

A la familia, en consecuencia, corresponde realizar un cometido propio, original e insustituible en el desarrollo de la sociedad. En la familia nace y a la familia está confiado el crecimiento de cada ser humano. La familia es el lugar natural primero en el que la persona es afirmada como persona, querida por sí misma y de manera gratuita. En la familia, por la serie de relaciones interpersonales que la configuran, la persona es valorada en su irrepetibilidad y singularidad. Es en la familia donde encuentran respuesta algunas de las deformaciones culturales de nuestra sociedad, como el individualismo, el utilitarismo, el hedonismo, laicismo, equidad de género, derechos reproductivos, etc. Tan importante es esta tarea que se puede concluir que la sociedad será lo que sea la familia; y que el resto de las pastorales de la Iglesia tendrán muy escasos frutos en la tarea de evangelizar nuestra sociedad, si no cuentan con la pastoral familiar.
Las ayudas que se deben prestar a las familias son múltiples e importantes desde los ámbitos más variados: psicológico, médico, jurídico, moral, económico, etc. Para una acción eficaz en este campo se ha de contar con servicios específicos entre los cuales se destacan: Centros de Orientación Familiar, los Centros de formación en los métodos naturales de conocimiento de la fertilidad, los Institutos de ciencias y estudios sobre el matrimonio y la familia, y de bioética, etc.

Con esta finalidad se promoverá -principalmente en el ámbito diocesano- la creación de estos organismos que, con la competencia necesaria y una clara inspiración cristiana, estén en disposición de ayudar con su asesoramiento para la prevención y solución de los problemas planteados en la pastoral familiar.

Se denomina Centros de Orientación Familiar a un servicio especializado de atención integral a los problemas familiares en todas sus dimensiones. Para poder denominarse católico debe inspirarse y ejercer su actividad desde la antropología cristiana y la fidelidad al Magisterio y ser reconocido así por el Obispo de la diócesis. Es un instrumento de suma importancia para la ayuda efectiva a las familias en sus problemas y por ello se recomienda muy especialmente su existencia.

La familia es el lugar preferente en el que se recibe y promueve la vida según el proyecto de Dios. La comunidad cristiana debe prestar su colaboración a la familia mediante estructuras y servicios dirigidos directamente a la acogida, defensa, promoción y cuidado de la vida humana. En particular es necesario que existan Centros de ayuda a la vida y Casas o Centros de acogida a la vida. Nacidos directamente de la comunidad cristiana o de otras iniciativas, han de reunir las condiciones para ayudar a las jóvenes y a las parejas en dificultad, ofreciendo no solo razones y convicciones, sino también una asistencia y apoyo concreto y efectivo para superar las dificultades de la acogida de una vida naciente o recién nacida.

Al final de este recorrido, en el que hemos analizado la situación actual en la que viven nuestras familias, el valor sagrado de la vida humana y, con renovada esperanza, hemos propuesto un itinerario pastoral para acompañarlas, como pastor de la Iglesia, hacemos nuestra la exhortación del Papa Juan Pablo II:

“¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia! Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia.

La salud laboral

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


La Salud Laboral del siglo XXI aborda todos los riesgos laborales y también los psicosociales, como algo inherente a la persona que trabaja, para su sustento y el de los suyos, con mucho sacrificio personal, primando los valores humanos que permitan la conservación del individuo. Si no es así, está condenada a desaparecer la propia estructura productiva, el tejido empresarial y, en definitiva, el derecho a la Vida, en esta particular generación del bienestar que disfrutamos actualmente.

Después del Derecho a la Vida, en mi opinión, le sigue el Derecho al Trabajo de toda Persona Humana, independientemente de su condición.

Se ha dicho recientemente por parte de la Agencia Europea de Seguridad y Salud, que la mitad de las bajas laborales están causadas por estrés laboral, lo cual habla de la importancia que están teniendo los riesgos psicosociales en el trabajo. En mi opinión, no deben contar solamente los aspectos psicosomáticos, sino que existen problemas éticos que se suscitan a medida que avanza el tiempo y que requieren un debate bioético. Será difícil cambiar las estructuras empresariales y los sistemas de producción, que difícilmente lo vamos hacer, pero hay que dotar al "homo laborum" del siglo XXI de mecanismos con qué afrontar su futuro personal.

Por ejemplo, ¿es lícito determinar un no-apto laboral, excluyendo a un seropositivo que no ha desarrollado la enfermedad? ¿y con un tuberculoso?, ¿y con un trabajador con problemas psicosomáticos derivados de una situación conflictiva en su trabajo, como un sentirse atropellado, un sentirse quemado, un sentirse angustiado, ó una toxicomanía, por poner varios ejemplos?

La bioética del siglo XXI tiene que dar respuestas humanas a temas como la ética en el trabajo, la prevención de riesgos laborales y, en concreto, la Salud Laboral.

Los sistemas jurídicos de los países desarrollados de nuestro entorno propician la protección de los derechos inalienables de la persona humana, el primero, sin duda, el de la Vida de todo Ser Humano en toda circunstancia. Y, en segundo lugar, en mi opinión, el del Derecho al Trabajo.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) garantiza el derecho al respeto a la vida y al trabajo, y en nuestra Constitución queda garantizado asimismo el derecho al trabajo, y el de la Salud, así como que los minusválidos sean físicos, psíquicos y/o sensoriales sean postulados por los Entes Públicos que los defiendan. Existe una importante legislación protectora de los minusválidos a nivel mundial, propugnando su incorporación al trabajo.

La nación oculta

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


El huracán Katrina reveló al mundo que la indolencia, la división de clases y el racismo siguen siendo parte implícita de la vida cotidiana de la única superpotencia del mundo. Ha sucedido igual como en 1927 cuando la Gran Inundación de Missisippi azotó New Orleans y fue cubierta por el agua. Los que tenían dinero abandonaron la ciudad con anticipación, mientras los desposeídos tuvieron que quedarse a merced de la naturaleza y recién, varios días después fueron trasladados a refugios miserables que carecían de toda infraestructura necesaria para una emergencia.

John Barry en su libro Rising Tide, the Great Misisippi Flood of 1927 describió cómo más de 300 mil afroamericanos que lograron salvarse, fueron trasladados como ganado a los campos de refugiados mientras que los blancos, que eran la minoría de la población, fueron evacuados utilizando barcos a vapor a otros estados. Cada vez, cuando los barcos pasaban frente a uno de estos campos, los tripulantes y los evacuados entonaban por los altoparlantes la canción Bye Bye Blackbird. También cuenta Barry cómo las autoridades decidieron salvar los barrios pudientes rompiendo los diques que protegían los asentamientos pobres donde vivían los negros e hicieron inundar sus casas. En aquella época la pobreza entre los afroamericanos llegaba a un 80%.

Pasados 77 años poco había cambiado en la capital del jazz y la joya turística donde nacieron Louis Amstrong y Truman Capote. El 67% de la población seguía siendo de origen afroamericano y el índice de la pobreza bajó a 40%. Un 28% vive debajo del nivel de la pobreza, es decir con menos de 10 mil dólares al año, y en una ciudad donde se tiene que pagar casi mil dólares por una humilde vivienda.

En 1718, cuando fue fundada la ciudad, esta se encontraba al mismo nivel del río Mississippi, pues fue construida sobre sus sedimentos. Anualmente el río subía mientras que la ciudad se hundía 2.5 centímetros, así Katrina los encontró a siete metros por debajo del nivel del río.

Igual que en 1927 los residentes blancos seguían edificando sus casas en las zonas residenciales ubicadas en las partes altas de la ciudad, como por ejemplo Garden City, mientras que los afroamericanos e hispanos poblaban barrios de alto riesgo ubicados por debajo del nivel del río como, por ejemplo, Lower 9th Ward. El racismo a la vez, se hizo menos visible pero no desapareció. Bastaba visitar una de las más famosas calles de la ciudad de blues, la Borbon Street donde estaban ubicados los bares de moda, para darse cuenta que los clientes afroamericanos tenían que pagar más que los blancos y eran tratados con menos respeto.

Así ha sido esta ciudad llamada el “diamante” de América con la marcada división entre “los que tenían dinero y los que no lo tenían o vivían al día” hasta que apareció el huracán Katrina que prácticamente sepultó la ciudad bajo siete metros de agua. Desde el día 23 de agosto, cuando se supo que Katrina azotaría New Orleans en cinco o seis días, la mayoría de la población blanca empezó a abandonar la ciudad, esta vez, en sus carros, mientras que la mayoría de afroamericanos e hispanos sin disponer de movilidad propia o recursos suficientes tuvieron que permanecer en sus casas y resignarse. El gobierno federal, a pesar de las súplicas del alcalde Ray Nagin que clamaba ayuda, ya que más de 50 mil personas llevaban cinco días sin comer ni beber, no hizo nada para ayudar durante los tres días del azote del huracán, declarando “sálvense quien pueda”.

Como resultado, se calcula que más de 10 mil personas en la mayoría pobres, ancianos, afroamericanos e hispanos perdieron la vida y el website del periódico local The Times – Picayune tiene más de 18 mil pedidos de búsqueda de personas desaparecidas. Hasta el momento, pese a que dijeron que los habían evacuado, nadie muestra lo que pasó a los presos en las cárceles de la zona devastada. Desde el día siguiente del huracán, desde México y Argentina pedían información al Diario La Prensa de Nueva York sobre presos que habían muerto encadenados en sus celdas.

Ya el mundo se ha enterado lo sucedido en el estadio Astrodome de New Orleans donde la población fue ubicada para librarse del embate de Katrina. Allí, confundidos entre los muertos, fueron maltratados por la Guardia Nacional que los trató “como basura” o prisioneros, convirtiéndose la salvación en un campo de concentración donde hubo nacimientos, asesinatos, abortos y violaciones. Mientras tanto, los medios de comunicación a la vez siguieron su patrón racista: un hombre negro con un saco en sus brazos fue caracterizado como saqueador, mientras que el blanco, como un ser humano en búsqueda de la comida.

La pregunta que flota en el aire es que si era inevitable esta catástrofe. Tiene una respuesta lógica de los ingenieros que consideran que fue previsible este desenlace después que en 2003 el gobierno federal comenzó a desactivar el Proyecto de Control de las Inundaciones en el estado de Louisiana, aprobado por el congreso en 1995. La guerra en Irak y la lucha interna contra el terrorismo fueron los pretextos principales para reducir los fondos para fortalecer y aumentar los diques protectores de las inundaciones.

En 2004 y 2005 el periódico local The Times – Picayune advirtió que la ciudad estaba completamente desprotegida de las catástrofes naturales ya que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército tuvo que paralizar su labor de fortificación de diques del lago Ponchartrain y del río Mississippi debido a la recomendación del presidente Bush de desviar más del 80% de la suma asignada para la protección de New Orleans a Irak. De acuerdo al especialista holandés en ingeniería civil Han Vrijling, esta decisión del gobierno de optar por la protección “débil” gastando el mínimo dio como resultado una tragedia. Explicó que Holanda tiene el 20% de su territorio bajo el nivel del mar y a pesar de que su territorio es minúsculo en comparación con Luisiana, gasta más dinero para aumentar los diques y construir grandes represas de protección que Estados Unidos. “Es la única forma de evitar las catástrofes”, concluyó.

En realidad esta tragedia demostró que no solamente el gobierno falló en sus decisiones políticas para prevenir la tragedia sino todo el sistema de Defensa Civil del país era completamente inadecuado. La Guardia Nacional cuya misión principal era precisamente la defensa civil estaba completamente inepta para esta labor debido a la falta de entrenamiento y el envío de más de tres mil de sus mejores efectivos a Irak con un 80% de la tecnología y maquinaria necesaria para las misiones de rescate.

Y esto no solamente pasó en Luisiana sino también en Mississippi y Alabama que sufrieron el paso de Katrina. La guerra en Irak también produjo confusiones en la mentalidad de los militares de la Guardia Nacional para los cuales se borró la diferencia entre el enemigo externo y sus propios conciudadanos pobres y desesperados. Recibieron en New Orleans la misma orden que en Irak y Bush lo dijo: “Tolerancia cero al saqueo” o “disparar para matar”. Es decir su propio pueblo se convirtió también en el enemigo, igual como ocurrió en los años 1970 en América Latina.

Lo trágico de todo esto es la indiferencia y el abandono que mostró el gobierno federal y su líder, George Bush al pueblo golpeado y sufrido de New Orleans. Este, recién se pronunció 48 horas después de ocurrir la peor desgracia en la historia de Estados Unidos. Posteriormente sobrevoló el territorio afectado en helicóptero presidencial sin atreverse a bajar en New Orleans. También dio una propina de ayuda de unos 10 millones de dólares, mientras que se necesitan al menos cien millones y la reconstrucción requerirá más de 100,000 millones de dólares. Su vicepresidente, Dick Cheney ni se molestó a interrumpir sus placenteras vacaciones.

A su vez, cuando a todos los seres de conciencia se les hacia amargo llevarse un pedazo de pan a la boca o dormir en una cama, cuando miles languidecían en la zona afectada, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice fue vista en Nueva York por los periodistas, gastando unos siete mil dólares en zapatos. Recién el domingo visitó una iglesia afroamericana. El asesor espiritual de Bush, el líder evangelista Pat Robertson quien pidió hace poco que asesinen a Hugo Chávez y quien fue nombrado por el Presidente como un responsable del fondo para los damnificados, ordenó enviar Biblias y latas de comida para el hambriento y desesperado pueblo de Nueva Orleans.

Así funciona lo que Bush y sus seguidores llaman el “conservadurismo de compasión”: mucha solidaridad con los ricos y completa indiferencia hacia los pobres y peor aun si son negros o hispanos. Inmediatamente entran en los planes de selección aislándolos cada día más en todos los pueblos que habitan y dejándolos desprotegidos durante los desastres nacionales. La naturaleza no perdona y carga su propio precio aunque a cuenta de los más pobres, ancianos y niños. Mientras en Irak cayeron más de 1,800 soldados norteamericanos, aquí en la capital del jazz habrían perecido trágicamente más de 10 mil ciudadanos norteamericanos en su mayoría los afroamericanos e hispanos, víctimas del abandono, negligencia y el racismo. Sin embargo todo tiene sus consecuencias. La tragedia de 1927 aceleró la destrucción de la aristocracia de plantaciones, aceleró la emigración de los afroamericanos al norte e hizo aumentar la intervención del gobierno que se convirtió en New Deal de Roosevelt que creó programas de apoyo a los desposeídos.

Ahora el actual gobierno neoliberal, igual que sus súbditos están completamente lejanos al sentimiento de solidaridad y compasión y es difícil predecir las consecuencias de los efectos políticos de Katrina. Sin embargo, la madre naturaleza les ha dado un serio aviso sobre la necesidad urgente de un cambio de mentalidad y política. Y ya está en camino otro huracán bautizado Li para reforzar esta advertencia.
septiembre / 2005