sábado, 13 de febrero de 2010

“Todavía quedan cimientos”, un libro revelador

Por: Raúl Espinoza Aguilera

Febrero / 2010

El Senador César Leal, antiguo embajador de México en Grecia, acaba de publicar un interesante libro titulado: "Todavía quedan los cimientos" (1), con un espléndido prólogo del doctor en Filosofía, Héctor Velázquez.

Originalmente tenía la impresión de que su publicación versaba únicamente sobre temas de política nacional, pero me ha sorprendido gratamente su enfoque filosófico, antropológico, sociológico, científico y literario, propio de un pensador con hondas raíces cristianas.

Fundamenta muy bien su punto de partida. Esto es: la dignidad de la persona humana. Cada ser humano –comenta– es "único e irrepetible, con un valor que nadie puede compartir. Cada quien vale, porque cada quien es. Ésta es la dignidad del hombre, que finalmente se asimila en la merced que Dios tuvo con su criatura".

Me parecieron, justas y adecuadas a la realidad histórica, sus reflexiones sobre la riqueza intelectual que nos aportó la Edad Media, porque es indudable que mientras las tribus bárbaras –procedentes de las regiones del Este europeo– invadían amplios territorios del mundo occidental, causando graves estragos en las ciudades; en los conventos y abadías –en cambio– se conservaron los libros, los tesoros de la herencia intelectual.

Se continuaron los trabajos de investigación espiritual, literaria y científica, y constituyeron a la postre importantes focos de irradiación cultural –no sólo de evangelización– para los pueblos sumidos en la ignorancia, que con la permanente inestabilidad social carecían de escuelas y universidades.

Gracias al empuje de numerosas instituciones religiosas de la Iglesia Católica se contribuyó a un nuevo renacer de las artes, de las ciencias y de los centros educativos. Sin la Edad Media, no se hubiera podido gestar el Renacimiento.

Por otra parte, coincido con el autor en que la Revolución Francesa y su conocido lema de "libertad, igualdad y fraternidad", pertenecen multisecularmente a la cultura judeocristiana y obedecen más bien a la concepción cristiana de la dignidad humana.

Afirma el Senador Leal: "Los mexicanos traen, pues, en sus tejidos, la libertad. La traen como una herencia de Dios, y en su escritura se asienta la constancia de su filiación. (…) la libertad, y los bienes que anuncie o los males que presagie, no tendrán significado si atentan contra el atributo supremo".

México tiene su propia identidad dentro de un maravilloso mestizaje cultural y, por lo tanto, su propio destino. En cambio, la Revolución Francesa ha sido "larvada en otros genomas", afirma el escritor. Sin dejar de reconocer sus valiosas aportaciones a las modernas repúblicas.

Nos pone en guardia, también, contra la presencia omnímoda del Estado que se presenta a sí mismo como la fuente de la existencia de los individuos y no duda en arrogarse el origen de los derechos más fundamentales del hombre, como el derecho a la vida, al tránsito de lugar o a la asociación.

Expone cómo –de modo casi insensible– se ha pretendido cambiar en algunas naciones el concepto de "persona" por el de "individuo". "Mientras que la persona –escribe– alude a la pertenencia al todo social", con ese término se reconoce plenamente la enorme dignidad de sus derechos inalienables.

Por el contrario, con la palabra "individuo" se percibe más bien como una especie de elemento anónimo dentro de una gran maquinaria y a las órdenes de las conveniencias políticas de los gobernantes en turno.

Esta concepción ha degenerado en un individualismo a ultranza, en un liberalismo salvaje, relegando su vocación fraterna y solidaria, que ha resquebrajado a las mismas estructuras de los países demócratas, como lo hemos presenciado con la actual crisis económica mundial.

Con acierto analiza los grandes totalitarismos que asolaron durante el siglo

pasado a muchas naciones del orbe.

El comunismo se presentó predicando los caminos de una nueva salvación y la liberación del obrero. Y cayó en un materialismo, ausente de toda espiritualidad, que esclavizó a millones de seres humanos bajo férreas dictaduras y cárceles tan extensas como sus territorios.

"No estoy seguro –comenta con acierto– que en la experiencia habida quedó clara en la conciencia universal que la grieta que terminó por hundirlo era de naturaleza antropológica, que equivocaba la construcción del edificio, porque la falla estaba en el cimiento: la dignidad del hombre".

Asegura que esa tentación totalitaria sigue vagando por el mundo. Su ideología no se ha disuelto completamente. Considera que el comunismo flota por el orbe buscando a un dictador que quiera ocupar de nuevo los cuerpos de Lenin o de Stalin.

Para explicar el fenómeno del nazismo utiliza magistralmente un texto de la tragedia de Macbeth de William Shakespeare. Se trata del diálogo de las tres brujas que se reúnen una noche de tormenta en una tenebrosa casona de Escocia, invocan al demonio bajo un pacto siniestro y proclaman el comienzo de la era de las tinieblas.

Durante la Alemania nazi, ¿cómo fue que se conjuntaron la inteligencia, la maldad, la perversión servil? ¿Cómo fue posible que ilustres intelectuales, catedráticos, científicos y tantos brillantes profesionistas resultaran persuadidos por un modesto pintor de origen austriaco llamado Adolfo Hitler, que con una oratoria exaltada reclamaba la superioridad de la raza aria?

"No hay nada más peligroso que la confusión de un filósofo mezclada con la ambición de un líder", asevera el autor, porque el dirigente alemán acusó al pueblo judío de ser la causa de casi todos los males de Alemania y arrastró –en su locura– a multitudes fanatizadas con el objetivo de aniquilar a la milenaria cultura semita.

Comparando a esas brujas de Macbeth y lo que acontecía en la mente maníaco-obsesiva de Hitler, el Senador Leal afirma: "Hitler se erige en el Profeta de la Revelación y desde las cervecerías de Munich convocó a los obreros alemanes para que, en cumplimiento de un destino, reclamaran un espacio vital para la gran nación de la raza inicuamente dispersa por Europa y se libraran para siempre del maleficio judío, enemigo jurado de su amada Patria y origen de una conspiración disolvente".

Por su parte, Benito Mussolini, reflexiona el Senador, inauguró un estilo muy particular de gobernar con gestos teatrales y discursos grandilocuentes. El llamado "Duce" impuso en Italia un gobierno fascista, de Partido Único, que a su vez fue el instrumento de control de un Estado que lo abrazó y manipuló todo.

Tampoco el fascismo está enterrado del todo, sostiene César Leal, porque por todo el mundo –de ayer y de hoy– han proliferado "duces", que con la engañosa bandera de luchar por los "más nobles intereses del pueblo", recurren a la demagogia, al populismo, y a las nuevas dictaduras que observamos también en nuestro continente.

En síntesis, se trata de un libro que emana erudición y dominio tanto de los saberes científicos, tecnológicos, sociopolíticos como literarios. Con soltura cita a los clásicos de la Literatura, como: Homero, Dante, Milton, Cervantes… hasta textos de la Biblia y documentos islámicos.

En la redacción del escrito, cada frase está meditada, pulida, cuidadosamente trabajada, con el oficio de un minucioso artesano de la palabra.

Personalmente, lo que más me impactó de este libro es que el Senador César Leal se muestra abiertamente, ante la opinión pública, como lo que realmente es: un político y un pensador cristiano. Sin inhibiciones ni complejos; todo lo contrario, con la seguridad y a la vez con la humildad, de quien sabe a ciencia cierta que expone la verdad.

Sin duda, sus profundas reflexiones contribuirán a enriquecer nuestra identidad como mexicanos y a fortalecer los valores de nuestra rica herencia cultural.

Además, es un libro particularmente útil para los que se dedican al quehacer político, con un mensaje de esperanza para mirar el futuro con optimismo, como bien lo expresa su sugestivo título.

(1) Leal, César, "Todavía quedan los cimientos", Editorial Porrúa, México, 2009. 183 páginas.

«El hombre sin honra peor es que un muerto»