domingo, 18 de octubre de 2009

2 de 0ctubre de 1968

Por: Alberto Nuñez Esteva
6 de Octubre de 2009

En memoria de los estudiantesmuertos en busca de la libertad

Miles de jóvenes estudiantes, muchachos y muchachas, van arribando a la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Es la tarde del 2 de octubre de 1968, cuando se celebra un mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga del movimiento estudiantil. Miles de soldados en camiones, tanques de guerra y remolques con ametralladoras empiezan a rodear la plaza. Un helicóptero da vueltas por encima de la muchedumbre en forma amenazadora y produciendo un ruido ensordecedor. Individuos que portan un guante blanco en la mano izquierda, -que después se supo formaban parte del Batallón Olimpia del gobierno- se confunden entre los vecinos que habitan en los edificios del Conjunto Nonoalco-Tlatelolco ¿Diez mil estudiantes? ¿Cinco mil soldados?
Son las seis de la tarde y la Plaza está llena de estudiantes y maestros. En el interior del centro ceremonial, los estudiantes; rodeando a éstos, el ejército; desde los balcones de los edificios los vecinos: hombres, mujeres y niños; en las terrazas los líderes y otros estudiantes, entre los que se han introducido esos individuo que enfundan su mano izquierda con un guante blanco. Los líderes del Movimiento toman la palabra e inician sus arengas ante la multitud en la forma acostumbrada. Los estudiantes miran con recelo ese helicóptero que cada vez vuela más cerca de ellos.
Son las seis de la tarde con quince minutos cuando se lanzan luces de bengala verdes desde el helicóptero y los individuos del guante blanco comienzan a disparar contra los soldados. El pavor cunde entre la multitud, el General José Hernández Toledo, Comandante de las tropas del ejército, cae herido por una bala. Los soldados repelen el ataque y disparan en contra de los estudiantes y de los habitantes del Conjunto Nonoalco-Tlatelolco. Una muchedumbre enloquecida intenta huir, pero el ejército ha rodeado la plaza e impide su fuga. Los individuos del guante blanco disparan a diestra y siniestra, hiriendo y matando a vecinos y estudiantes. Los soldados disparan sus rifles automáticos y las ametralladoras contra la multitud. Gritos de rabia, de horror, de odio, de dolor. Mujeres cargando a sus hijas en brazos corren sin saber a dónde llevarlas. Un soldado golpea a un estudiante con la culata de su rifle y lo derriba; de los cabellos lo levanta y lo patea sin piedad. Una periodista italiana que cubre el evento cae herida por una bala y se retuerce de dolor sobre el suelo, revolcándose en su sangre, entre gritos de los heridos y rodeada de cadáveres, durante esa orgía maldita. La violencia provoca que los hombres se conviertan en bestias sedientas de sangre, bestias humanas que gozan con el dolor de sus semejantes; bestias disfrazadas de soldados, bestias con un guante blanco en la mano izquierda, bestias… Los gritos de los estudiantes brutalmente golpeados, se unen con los de los viejos, las mujeres y los niños que habitan en los departamentos y que también caen heridos por las balas…o muertos.
Después de las ocho de la noche el martilleo de las ametralladoras empieza a amainar; pero es hasta la media noche cuando el silencio sepulcral cubre la plaza. La Plaza de las Tres Culturas está repleta de cuerpos, de muertos y heridos amontonados unos sobre los otros. Es el ulular de las ambulancias el que domina ahora el ambiente. Miles de muchachos han sido capturados y trasladados al Campo Militar donde les espera un verdadero martirio ¡Dios mío! Los cadáveres, según las versiones que después circularon, fueron arrojados mar adentro para que no fuesen hallados por familiares ni amigos. Nunca imaginé que vería yo una escena como ésta en mi vida como profesor universitario; es más, en mi vida como ser humano.
El tres de octubre los medios de comunicación hablaron de 28 heridos y 700 muertos; de una trifulca en donde el ejército tuvo que responder a los francotiradores que los atacaron; de la irresponsabilidad de los líderes y de los estudiantes revoltosos que provocaron al ejército, incluso que cayera herido, en cumplimiento de su deber, el General Hernández Toledo. La prensa, el periodista, el editorialista, la televisión ¿Cómo pudieron prestarse a obedecer los dictados del Gobierno, traicionando la verdad? ¿Es así como se vende la dignidad? ¿Qué sentirían en su fuero interno quienes deshonraron su profesión de comunicadores?
Ya desde el 30 de julio de 1968 el ejército había derribado la puerta de la Escuela Preparatoria de San Ildefonso de un bazukazo que hirió de gravedad a un buen número de estudiantes de las vocacionales 2 y 5 ahí refugiados; poco antes las tropas habían tomado el Casco de Santo Tomás, hiriendo ¿y matando? a un nunca revelado número de muchachos del Politécnico; el 27 de agosto se llevó a cabo una multitudinaria manifestación que terminó en el Zócalo, para hacer públicas las demandas del Consejo Nacional de Huelga y enarbolar la bandera rojinegra en esa Plaza Mayor; al día siguiente el gobierno ordenó a los burócratas acudir al Zócalo en un acto de desagravio de la bandera, pero los burócratas, lastimados en su dignidad, una vez frente a Palacio Nacional balaron imitando a los borregos, para manifestar su repudio a la orden recibida de sus superiores; el 29 de agosto el ingeniero y profesor Heberto Castillo, de la Coalición de Maestros, fue golpeado salvajemente por las fuerzas policiacas; el 18 de septiembre el ejército invadió la Ciudad Universitaria y apresó a los maestros y alumnos que se encontraban en su interior; al día siguiente el entonces Rector de la UNAM Javier Barros Sierra encabezó una manifestación para protestar frente al gobierno por la violación de la autonomía universitaria; y después…
¿Por qué sucedió todo esto? ¿El tiempo transcurrido permite aclarar el horizonte? Cada quien tiene su versión, yo tengo la mía. Un sistema represivo, horriblemente represivo , representado por un Presidente, Díaz Ordaz, cuyo rostro reflejaba odio e intolerancia, la absoluta intolerancia de ese régimen dictatorial que sufríamos y tolerábamos los mexicanos, y del cual algunos eran víctimas y otros beneficiarios; un régimen que Vargas Llosa calificó como la dictadura perfecta; un régimen que llevó a extremos inconcebibles los métodos brutales que, en aquel entonces, se acostumbraban para impedir que alguien pusiera en tela de juicio el poder del gobierno. Díaz Ordaz aceptó la responsabilidad histórica, ética y política de sus hechos. Y su conciencia ¿qué le habrá dicho? Ahí estaban los peones de Díaz Ordaz que jugaron su partida de ajedrez: Luis Echeverría Álvarez, el alfil, quien encontró en esta triste escena de la historia, su camino hacia la Presidencia; el general Corona del Rosal, regente de la Ciudad de México, quien perdió su carrera por la presidencia frente a Luis Echeverría y muchos otros de recuerdo infame que tomaron el papel de verdugos al servicio de un régimen criminal. Años después el ya ex-presidente Díaz Ordaz declaró: “El peor error que cometí durante mi mandato fue el de haber entronizado a Luis Echeverría en la Presidencia” Su peor error fue el de haberse convertido en asesino. Su segundo error, el que el propio Díaz Ordaz señala.Conquistar la libertad de la que ahora disfrutamos, ha sido fruto de una hazaña inaudita a cargo y por presión de la sociedad mexicana. ¡Nunca, nunca, debemos perderla! Defenderla a toda costa es nuestra obligación. Yo, por mi parte, he hecho mío desde tiempo atrás el grito de los estudiantes del 68 en pos de la democracia y la libertad. ”La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre; por libertad así como por la honra, se puede aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” Así dijo Don Quijote de la Mancha a su ilustre escudero.



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