sábado, 12 de enero de 2008

Una verdadera "Feliz Navidad"

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Cada año llega el mes de diciembre y con el la navidad, por costumbre nos disponemos a celebrar el nacimiento de Jesucristo, el hijo de dios; y me pregunto se ya hemos sido capaces de reflexionar sobre lo que verdaderamente significa tener una FELIZ NAVIDAD.

Si fuéramos a una comunidad marginada y viéramos cómo pasan la Navidad muchas personas, seguramente diríamos: “Pobre gente, no tienen nada para poder pasar una Feliz Navidad”. Pero ¿por qué necesariamente debemos pensar que para tener una Feliz Navidad es necesario tener comida, bebida, música, luces de colores, cohetes y toda la familia unida?

Cuando uno lee el Evangelio se da cuenta que tener una Feliz Navidad significa otra cosa muy distinta. Si bien es cierto que se la puede pasar muy bien con comida, bebida, música, luces de colores y con la familia, también es cierto que se la puede pasar muy mal.

El Evangelio nos dice: “Mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en el mesón. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche en el campo. Un ángel del Señor se les apareció y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de temor. El ángel les dijo: ‘No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre’. De pronto se le unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ‘¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad’! Se fueron los pastores a toda prisa y encontraron a María, a José y al Niño, recostado en el pesebre. Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado”.

En este pasaje nos damos cuenta que no puede existir una Feliz Navidad sin haber hecho una profunda y seria experiencia de Cristo. Y, a lo mejor, todos los agujeros que hay en tu corazón, todas las resquebrajaduras que hay en tu existencia, todos los miedos que hay en tu alma, se deben a que no ha habido un ángel que te diga: “Feliz Navidad. Hoy te ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.

Cada uno tendría que preguntarse con mucha seriedad si ya ha hecho esta profunda y seria experiencia de Cristo. Porque, pudiera ser que por diferentes causas, nos pudiéramos haber olvidado dónde está la auténtica felicidad. ¿No has buscado la felicidad en muchas partes y no la has encontrado? ¿Por qué te empeñas en buscarla donde no está? ¿Por qué no quieres ir a Belén como los pastores? ¿Por qué te da miedo?

A todos nos puede costar mucho encontrar a este Niño en un pesebre. Nos puede doler descubrir que es en la pequeñez, en la debilidad donde está la experiencia de Cristo.

Yo estoy seguro que a través de la vida de todos Dios se ha cruzado muchas veces, pero como lo ha hecho como un niño envuelto en pañales y recostado sobre un pesebre, no hemos sabido reconocerlo, con lo que hemos perdido la oportunidad de encontrarnos con Cristo.

Nunca olvidemos que generalmente no es en lo espectacular donde Dios Nuestro Señor se va a encontrar con nosotros, sino que lo va a hacer donde pensaríamos que Él no puede estar: en la pequeñez, en la pobreza, en la debilidad, en la humildad, en el abandono, en la humillación.

Para tener una Feliz Navidad es necesario tomar la decisión de encontrarse y hacer la experiencia del Cristo del Evangelio. Porque hacemos la experiencia de Cristo, o no encontraremos la felicidad, aunque tengamos muchas otras cosas.

Yo los conmino a que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Por qué no soy completamente feliz? Y pudiera ser que no somos completamente felices porque no tenemos lo más importante: la experiencia de Cristo. No hemos vivido la experiencia de Cristo, el encontrarnos con un Niño envuelto en pañales y recostado sobre un pesebre.

¿Cuántas veces nos ha invitado Cristo a encontrarnos con Él en un pesebre? Y cuántas veces le hemos dicho: “Al ratito...; luego...; no quiero...; de esa forma no se me da la gana...”. Con lo que has hecho de la experiencia una conveniencia. Y cuando hacemos de la experiencia una conveniencia, tengamos por cierto que no podremos encontrarnos con Cristo.

Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de experimentar a Cristo, permitiéndole llegar a nuestras vidas como Él quiere llegar, para que así podamos tener una Feliz Navidad.
diciembre / 2005

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