sábado, 12 de enero de 2008

Como puedes ayudarme

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

«A veces sentimos que lo que hacemos es una gota en el mar,
pero el mar seria menos si le faltara esa gota».
Madre Teresa de Calcuta.

Shah Babas, el gran Manú de Persia. Cuenta la leyenda que en sus dominios no se ponía el sol y que reinó con todo esplendor. Tenía fama de justo y tenía por costumbre mezclarse con el pueblo, pero pasaba desapercibido con el objeto de compartir sus problemas y darles solución.

Una de tantas veces, vestido de pobre como acostumbraba, pasó por la cocina y observó una angosta puerta, que ubicada en un rincón nunca había visto. Decidido a investigar adonde conducía dicha puerta, penetró en ella y descendió por un largo, lóbrego y húmedo trecho de escaleras que desembocaba en un sótano de reducidas dimensiones y calor asfixiante, en el cual encontró a un fogonero que, sentado en un montón de cenizas, atendía la caldera del palacio. El Manú lo saludó y se sentó a su lado e inició una conversación con él. Llegó la hora de comer y el fogonero sacó un sucio pan moreno y áspero, así como una botellón con agua. Se sentaron a comer y beber hasta que el Manú se levantó, se despidió y se fue. Pero, a partir de ese día, el Manú continuó visitándolo con frecuencia, motivado por la compasión y aprecio que le despertó aquel hombre solitario, que sin quejarse seguía cumpliendo con responsabilidad su trabajo.

Amablemente le dio consejo y el pobre le abrió todo su corazón y amó a aquel amigo tan bondadoso y sabio pero tan pobre como él. Finalmente, el Manú pensó: " Este hombre que vive permanentemente recluido en el sótano, cumpliendo de forma abnegada con su trabajo, con total aceptación de su destino y sin que una sola queja salga de sus labios, merece una gran recompensa. Le diré quién soy a ver qué presente me pide."

Le dijo pues:
· Crees que soy pobre, pero soy tu Manú, el Shah Babas, pídeme lo que quieras. El gobernante esperaba que le pidiera algo grande, pero el hombre se quedó sentado, inmóvil, petrificado, mirándolo con amor y asombro.

Entonces el Manú le dijo posando una mano sobre su hombro:
· ¿No entiendes? Te puedo hacer rico y noble, puedo poner una ciudad en tus manos, te puedo hacer un gran gobernador: ¿No tienes nada que pedir?

El hombre respondió amablemente:
· Sí, mi señor, he entendido. Más no entiendo cómo tu que gobiernas más de 3.000 por 10.000 mundos y varios soles, mandas sobre billones y trillones de seres y eres el encargado de crear un nuevo mundo para afrontar mejores tiempos, puedes haber salido de tu palacio y tu gloria para sentarte conmigo en este lóbrego cuchitril, comer mi tosca comida y preocuparte por si estoy feliz o apenado. Ni tú mismo me puedes dar nada más valioso. A otros les puedes otorgar ricos presentes, pero a mí me has dado a ti mismo; lo único que te puedo pedir es que nunca me quites este regalo de tu amistad y de tu amor".

La emoción que embargaba su espíritu enmudeció sus palabras y desde el fondo del corazón brotó un "gracias" e inclinándose en señal de respeto depositó a sus pies dos brillantes lagrimas.


Octubre / 2005

No hay comentarios: