miércoles, 15 de abril de 2009

El galano arte de compartir

Por: Antero Duks
Enseñar a tus hijos a compartir su dinero y sus bienes materiales es una lección útil que dará frutos toda la vida
No hay dudas de que en momentos de crisis, a veces sin darnos cuenta, comenzamos a desarrollar una mayor responsabilidad social. Y la educación que les demos ahora a nuestros hijos también debe incluir nuevas lecciones de responsabilidad. Esas enseñanzas comienzan con algo muy sencillo: el aprender a compartir.
Un niño debe aprender desde pequeño que compartir con los demás no es solo un acto de generosidad, sino también algo divertido y que da satisfacción y alegría. Una fiesta infantil o celebración de cumpleaños, en la que el niño invita a sus amigos a celebrar con él, y les ofrece juegos, golosinas y momentos de regocijo, ¡es una costumbre ideal para enseñarlos a compartir lo que tienen! Constituye un acto social de cordialidad que los ayudará a desarrollar una personalidad más gregaria y generosa.
Lo mismo sucede cuando los padres invitan al cine a amiguitos de sus hijos, o los llevan al circo o a un restaurante. O cuando compran un lindo regalo de cumpleaños para sus amigos. Ese ejemplo de generosidad con el dinero familiar —y el deseo de que todos la pasen bien— quedará marcado para siempre en el carácter de tus hijos, quienes un día repetirán lo mismo con los amigos de los suyos.

Cuando el niño comienza a ahorrar —aunque sea en una simple alcancía— los padres deben explicarle que parte de esos fondos serán para ayudar a los niños menos afortunados o enfermos. Es una buena idea hablar todo esto y explicarles que un 5% o 10% de sus ahorros será para compartir con los más necesitados. Si comienzas haciendo esto cuando el niño es lo más pequeño posible, será una buena costumbre que le habrás inculcado y que él o ella aceptará con facilidad, aunque nunca es tarde para comenzarla.

Luchando contra el egoísmo
Todo niño es egoísta por naturaleza cuando se refiere a sus juguetes o posesiones materiales, pero toca a los padres insistirles en la importancia de ser más generosos—si un amiguito quiere jugar con sus juguetes o muñecas cuando vienen a la casa, lo cortés y correcto es dejárselos usar.
No debemos ser demasiado estrictos con esta regla de buena educación (casi arrancándole de la mano el juguete para dárselo al amigo y provocar con nuestra actitud que nuestros hijos nos resientan), pero debemos hablarle suave, aunque firmemente —teniendo a mano otros juguetes que a él le gustan por igual— y demostrarles que compartir es bueno, que él tiene muchas otras cosas que son iguales de divertidas.

Hasta los tres años a los niños les cuesta compartir —es la edad del famoso “esto es mío”—, pero a partir de ahí aprenden a hacerlo con facilidad. A partir de los cinco, más o menos, aprenden que compartir es divertido—saben que para disfrutar un juego o una salida a la playa, es mejor hacerlo con un amigo de su edad. Entre los ocho y diez años es una edad ideal para entender perfectamente el valor del compartir tanto su dinero, como sus posesiones y sus afectos.

A los niños mayores es importante mostrarles que hay infinidad de personas mucho más necesitadas que ellos—llévalos a un hospital a hacer regalos a otros niños enfermos, o estimúlalos a ser voluntarios (junto contigo) en algún centro comunitario que ayude a los más necesitados.
¡Son pocos los que toman el tiempo para practicar esta idea maravillosa que no cuesta nada!

Un gran error es llamar a tus hijos “egoístas” si no quieren compartir, pues este epíteto no los va a convencer y puede causar un efecto contrario. Tampoco debemos decirles que “todo es de todos”, pues los niños deben saber que las cosas tienen dueños y hay que pedirle permiso al dueño si las deseamos tocar o usar, y que a veces el dueño dirá que no, ¡y eso también es normal! El niño aprenderá el valor de compartir al sentir el agradecimiento de la otra persona ante su generosidad.

Enseñar a tus hijos a compartir su dinero y sus bienes materiales es una lección útil que dará frutos toda la vida. No hay dudas de que en momentos de crisis, a veces sin darnos cuenta, comenzamos a desarrollar una mayor responsabilidad social. Y la educación que les demos ahora a nuestros hijos también debe incluir nuevas lecciones de responsabilidad. Esas enseñanzas comienzan con algo muy sencillo: el aprender a compartir.
Un niño debe aprender desde pequeño que compartir con los demás no es solo un acto de generosidad, sino también algo divertido y que da satisfacción y alegría. Una fiesta infantil o celebración de cumpleaños, en la que el niño invita a sus amigos a celebrar con él, y les ofrece juegos, golosinas y momentos de regocijo, ¡es una costumbre ideal para enseñarlos a compartir lo que tienen! Constituye un acto social de cordialidad que los ayudará a desarrollar una personalidad más gregaria y generosa.
Lo mismo sucede cuando los padres invitan al cine a amiguitos de sus hijos, o los llevan al circo o a un restaurante. O cuando compran un lindo regalo de cumpleaños para sus amigos. Ese ejemplo de generosidad con el dinero familiar —y el deseo de que todos la pasen bien— quedará marcado para siempre en el carácter de tus hijos, quienes un día repetirán lo mismo con los amigos de los suyos.
Cuando el niño comienza a ahorrar —aunque sea en una simple alcancía— los padres deben explicarle que parte de esos fondos serán para ayudar a los niños menos afortunados o enfermos. Es una buena idea hablar todo esto y explicarles que un 5% o 10% de sus ahorros será para compartir con los más necesitados. Si comienzas haciendo esto cuando el niño es lo más pequeño posible, será una buena costumbre que le habrás inculcado y que él o ella aceptará con facilidad, aunque nunca es tarde para comenzarla.
Luchando contra el egoísmo
Todo niño es egoísta por naturaleza cuando se refiere a sus juguetes o posesiones materiales, pero toca a los padres insistirles en la importancia de ser más generosos—si un amiguito quiere jugar con sus juguetes o muñecas cuando vienen a la casa, lo cortés y correcto es dejárselos usar. No debemos ser demasiado estrictos con esta regla de buena educación (casi arrancándole de la mano el juguete para dárselo al amigo y provocar con nuestra actitud que nuestros hijos nos resientan), pero debemos hablarle suave, aunque firmemente —teniendo a mano otros juguetes que a él le gustan por igual— y demostrarles que compartir es bueno, que él tiene muchas otras cosas que son iguales de divertidas.
Hasta los tres años a los niños les cuesta compartir —es la edad del famoso “esto es mío”—, pero a partir de ahí aprenden a hacerlo con facilidad. A partir de los cinco, más o menos, aprenden que compartir es divertido—saben que para disfrutar un juego o una salida a la playa, es mejor hacerlo con un amigo de su edad. Entre los ocho y diez años es una edad ideal para entender perfectamente el valor del compartir tanto su dinero, como sus posesiones y sus afectos.
A los niños mayores es importante mostrarles que hay infinidad de personas mucho más necesitadas que ellos—llévalos a un hospital a hacer regalos a otros niños enfermos, o estimúlalos a ser voluntarios (junto contigo) en algún centro comunitario que ayude a los más necesitados. ¡Son pocos los que toman el tiempo para practicar esta idea maravillosa que no cuesta nada!
Un gran error es llamar a tus hijos “egoístas” si no quieren compartir, pues este epíteto no los va a convencer y puede causar un efecto contrario. Tampoco debemos decirles que “todo es de todos”, pues los niños deben saber que las cosas tienen dueños y hay que pedirle permiso al dueño si las deseamos tocar o usar, y que a veces el dueño dirá que no, ¡y eso también es normal! El niño aprenderá el valor de compartir al sentir el agradecimiento de la otra persona ante su generosidad, pero también a saber respetar las ideas de los otros.

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