lunes, 3 de noviembre de 2008

A los que se van, pero no del todo

Fuente: Yoinfluyo.com
autora: Jessica Oliva

viernes, 31 de octubre de 2008

Para los mexicanos, la muerte no es una total desconocida. Es La Catrina, La Doña, la señora con la que compartimos el mole, el arroz y el pan de muerto una vez al año. Su figura encarna la festividad con la cual recordamos a aquellos que se nos han adelantado, a aquellos que extrañamos.
La celebración del Día de Muertos nos permite estirar la mano un poco, para saludar de lejos a nuestros seres queridos, a nuestros ancestros. Es nuestra forma de reconocer que, aunque ellos ya no estén aquí, no significa que hayan desaparecido.
Considerar a la muerte como una etapa más, un paso espiritual, es reconocer la trascendencia de la naturaleza humana y de la vida misma, independientemente de la religión que se profese.
En esta festividad, la muerte no se considera la enemiga, sino una puerta que tarde o temprano todos cruzaremos.
El festejo a los muertos es un ritual muy antiguo, tiene origen en el México prehispánico y se ha ido transformando y enriqueciendo a lo largo del tiempo. Sus rituales y manifestaciones han adoptado diversas caras, hasta llegar a los actuales altares vestidos de papel de colores, flores, cirios y calaveritas.
Sin embargo, detrás de todas las formas de celebración antiguas y contemporáneas, se encuentra latente un mismo pensamiento: la muerte no es sinónimo de la nada. No es el fin absoluto.
LA MUERTE PREHISPÁNICA
El festejo a los muertos se encuentra enraizado en nuestra historia, en nuestras culturas más antiguas. Es una celebración que, de una u otra forma, siempre ha formado parte nuestra identidad, religión e ideología.
Antes de que los festejos de este tipo adquirieran cualquier connotación cristiana, los aztecas ya consideraban a la muerte como una transición, en la cual los seres humanos daban un paso a otro mundo, a otra dimensión. Para ellos existían diferentes tipos de paraísos o “cielos”, a los cuales las almas viajaban dependiendo de la forma en que morían.
A diferencia de cristianos y católicos, las antiguas civilizaciones sí rendían culto a la muerte. El Dios azteca que la encarnaba era Mictlantecuhtli, señor de la tierra de los muertos, lugar al cual viajaban por cuatro años aquellos que habían fallecido de muerte natural. Su esposa o “Dama de la Muerte”, Mictecacacíhuatl, es actualmente relacionada con La Catrina.
La festividad que posteriormente se convirtió en Día de Muertos, se conmemoraba en el noveno y décimo mes del calendario solar mexica, que coincidía con la época de cosecha o recolección. De esta forma, tras meses de escasez, los vivos compartían los primeros banquetes con los muertos.
El festival estaba presidido por los dioses de la muerte, y en él se ofrecía comida, se realizaban sacrificios, y se lloraba a los parientes fallecidos. Comenzaba en agosto, el mes de la “Tierra florida” para los mexicas, en el cual las celebraciones eran dedicadas a los niños muertos.
Posteriormente, en el décimo mes o de la “fruta madura”, se hacía homenaje a las personas adultas.
Nuestras ofrendas y altares tienen su antecedente en estas festividades, pues los aztecas también colocaban este tipo de objetos en sus fiestas. Asimismo, en los entierros también se ofrecía al fallecido algunas cosas que había utilizado en vida, así como instrumentos para su viaje al inframundo.
DE CELEBRACIÓN PAGANA A FESTIVIDAD SANTA
Cuando los españoles llegaron a México, lucharon por erradicar los ritos y creencias paganas características de las culturas mesoamericanas, con el fin de convertir a los indígenas al cristianismo.
Al ver la celebración mexica en honor a los muertos, decidieron fusionarla con la conmemoración del Día de Todos los Santos, festividad cristiana europea instaurada el 1 de noviembre por el Papa Gregorio III, en el año 741. Esta festividad santa fue creada con el fin de contrarrestar los ritos del Halloween.
De esta forma, las costumbres y creencias españolas se combinaron con las tradiciones indígenas, lo cual dio como resultado un sincretismo cultural que sigue vigente en nuestros días. Las celebraciones en el estado de Michoacán son algunos de los mejores ejemplos de esta unión de culturas.
Posteriormente, en el año 998, San Odilón, abad del monasterio de Cluny, nombró el 2 de noviembre como Día de los Fieles Difuntos de la Iglesia Católica. Esta fiesta permite a los creyentes honrar también la memoria de sus seres queridos, y no sólo la de los mártires cristianos.
Tanto el Día de todos los Santos como el Día de los Difuntos, forman parte de lo que actualmente conocemos como festividad del Día de Muertos.
FUSIÓN CULTURAL
Con la llegada del cristianismo, la idea del infierno y el paraíso sustituyó las creencias de los múltiples cielos aztecas. Con esto, la forma de muerte ya no determinaba el destino del alma, sino la calidad moral de las acciones realizadas en este mundo.
Los misioneros españoles le dieron a la muerte la imagen de un esqueleto con guadaña, la cual conllevaba una connotación terrorífica. Ésta tenía como objetivo causar miedo entre los indígenas para educarlos en el respeto y temor del día del juicio.
La celebración actual del Día de Muertos presenta tanto elementos cristianos como precolombinos. No es extraño encontrar crucifijos, imágenes de la Virgen de Guadalupe y de Santos en los altares rodeados de incienso.
Por su parte, las flores de cempasúchitl y los tamales de maíz, típicos del banquete, pertenecen a la tradición indígena, así como aquellos objetos que representan a los cuatro elementos: el vaso con agua, las frutas de cosecha, el papel de china (que representa al aire) y los cirios y velas.

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