viernes, 18 de julio de 2008

Oaxaca y sus tradiciones

Las fiestas de los “Lunes del Cerro” se celebran en la ciudad de Oaxaca los dos lunes siguientes al 16 de julio, y constituyen un acontecimiento en el que participa todo el pueblo sin distinción de clase social.

Recopiló y complementó: Antero Duks

Al parecer, estas fiestas tienen su origen en la época colonial y están relacionadas con la llamada fiesta del Corpus del Carmen Alto que se celebraba los días domingo, lunes y martes siguientes al 16 de julio y se repetía ocho días después en la llamada “octava”.
Las fiestas de Corpus seguían fielmente la tradición española y se celebraban como parte del ritual de los templos católicos que tenía la ciudad, entonces llamada Antequera. El ciclo ritual se realizaba siguiendo un calendario anual y consistía en sacar en procesión a las imágenes de los santos patronos titulares de sus respectivos templos para recorrer con ellos el barrio correspondiente a su patronato. Acompañaba a la figura del santo patrón una custodia con el Corpus, hecho que le daba a las celebraciones su nombre genérico. El Corpus del templo del Carmen se celebraba el domingo posterior al 16 de julio, fecha señalada por el calendario litúrgico para la festividad de la Virgen del Carmen.
El Corpus del Carmen era muy productivo para el comercio y para algunos ramos de artesanos que vendían gran cantidad de géneros, calzado y demás piezas de vestir, pues por costumbre se creía una especie de obligación estrenar muy especialmente en la procesión y su legendario paseo del cerro.
La fiesta del Carmen causaba especial alboroto, pues los vecinos del barrio se esforzaban por hacerla lo más solemne posible y organizaban “convites”, que eran procesiones mediante las cuales los vecinos recorrían las calles para anunciar la “novena” de rosarios que se rezaban los nueve días anteriores a la fecha de la fiesta se esmeraban igualmente para organizar la “calenda”, que era otro desfile realizado dos días antes de la fecha principal para invitar al pueblo a unirse a la festividad, y en el cual se tronaba los más espectaculares fuegos artificiales (que se quemaban la víspera), para el regocijo popular.
En las calendas de los barrios aparecían las imágenes de los santos patronos y en sus inicios, las procesiones eran muy solemnes y las imágenes sagradas iban bajo palios acompañadas de los funcionarios del respectivo templo y de las congregaciones devotas de los santos, quienes portaban velas y rezaban.
A estas festividades, que en un principio fueron exclusivas de los españoles de la ciudad de Antequera, pronto se agregó el entusiasmo de los indígenas residentes en los pueblos vecinos, particularmente los del barrio de Xochimilco, que había sido fundado en 1521 por órdenes de Hernán Cortés, al norte de la mencionada ciudad. Ellos mantenían sus propias tradiciones y celebraban dos festividades: una dedicada a Xilomen, diosa del maíz tierno o elote, a quien le dedicaban grandes honores y ofrendas, y para quien las doncellas recogían las más bellas flores para ofrecérselas como símbolo de castidad y pureza de su alma, y otra llamada la fiesta de los señores que se hacía en honor de Ehécatl, dios del viento, nombre que llevaba el actual Cerro del Fortín. En los ocho días que duraban las celebraciones que daban comienzo el día 13 Técpatl del octavo mes llamadoHuey Tecnilhuitl(que corresponde al mes de julio de nuestro actual calendario) se verificaban extraordinarios bailes, danzas y la música no cesaba.
La coincidencia entre ambas fiestas, la indígena y la española, facilitó el sincretismo que dio lugar a las fiestas de los Lunes del Cerro, en las que aún se conserva la tradición de los oaxaqueños con gran entusiasmo, lo cual, además, está claramente relacionado con la creencia popular de que los lunes son días propicios para los ritos festivos.
Es posible que a esta tradición náhuatl le haya precedido otra ceremonia que está muy arraigada en las costumbres de los pueblos mesoamericanos en general, y que muy particularmente se manifiesta entre los zapotecos y los mixtecos, pueblos que coexistían en el valle de Oaxaca a la llegada de los españoles. Según estas costumbres, es necesario propiciar a las deidades del agua que residen en las cumbres de los cerros, para que escuchen los ruegos de que la lluvia caiga oportunamente, sin exceso, sin viento y sin granizo.
Aunque la conquista española aparentemente interrumpió la tradición indígena al imponer la religión cristiana, lo que ocurrió en realidad fue que mientras en la ciudad de Antequera los españoles reproducían fervorosamente su ritual católico, en los pueblos indígenas circundantes se mantenían, más o menos encubiertas, las prácticas rituales de su religión animista. Sin embargo, la inevitable interrelación de los grupos y el empeño de los evangelizadores por hacer aceptable la imposición de los ritos católicos, hizo posible el fomento de un culto en el que se incorporaron elementos de la tradición indígena, haciendo más festivos y espectaculares los actos litúrgicos externos.
A mediados del siglo XVIII, cuando la población española empezó a diluirse en el mestizaje, gobernó la Diócesis de Antequera el obispo don Tomás Montaño y Aarón, quien imitó los bailes de Tarasca que se organizaban en Corpus en España con gigantes cabezudos. Él fue quien estableció la usanza de celebrar un baile de gigantes y buscó los medios para costearlo. Los gigantes debían bailar las tardes del domingo posterior al 16 de julio en el atrio del Carmen Alto ante una selecta concurrencia, después del paseo de Corpus, y para el pueblo dispuso el obispo otra sesión que se celebraría al día siguiente en “el petatillo” del Cerro de la Soledad. El primer lunes que los gigantes bailaron en el cerro fue en el año de 1741.
Con la aplicación de las Leyes de Reforma, los gigantes dejaron de ir al cerro, pero la gente no dejó de asistir y después de la función religiosa del lunes en la iglesia del Carmen Alto, la concurrencia, estrenando ropa, se dirigía a pie al cerro, donde se entretenían haciendo ramos con las azucenas silvestres que nacían espontáneamente por esas fechas. Poco a poco se fueron estableciendo vendedores que ofrecían fruta y golosinas, así como puestos de chone que era una bebida de maíz teñida con achiote. La fiesta terminaba generalmente con la lluvia, que era considerada por la gente una bendición, al grado de que en lugar de molestarse porque se les arruinaba la ropa nueva, festejaban este hecho y le dieron el nombre de “remojo”.
En 1878, a solicitud de los parroquianos, el gobernador Francisco Meixueiro dio permiso al barrio del Carmen Alto para organizarse, hacer nuevamente los gigantes y bailarlos en el cerro con música ejecutada por bandas militares.
En el marco de estas festividades que, como queda dicho, fueron evolucionando a lo largo de la historia, se inscriben las actuales fiestas de los Lunes del Cerro, en las que destaca el espectáculo de música, danzas, bailes y cantos llamado Guelaguetza.
Guelaguetza, alegría y generosidad de los pueblos

Los colores, la danza y la música, los aromas de Oaxaca se reunirán este mes (julio) para continuar con la tradición de participar y ofrecer a los visitantes el patrimonio más valioso de los pueblos: la cultura en sus expresiones más alegres y festivas.

Cooperación, generosidad, participación y delicadeza, son las palabras que dan significado a lo que en idioma zapoteco se denomina con un solo vocablo: Guelaguetza, y que hoy designa una tradición popular alegre y festiva, que encanta a quien participa de ella.

Una fiesta indígena y mestiza

Sus orígenes se remontan a la época prehispánica, se retoma durante la Colonia con otras formas y se celebra con el nombre que hoy lleva desde mediados del siglo XX, siempre con nuevas sorpresas. En esta festividad son varias las leyendas y tradiciones que confluyen y han reunido a la diversidad oaxaqueña.

Se dice que en la antigüedad celebraba a la diosa del maíz tierno, Centéotl, e incluía el sacrificio de una doncella. Posteriormente, con la evangelización se transformó en la fiesta de la Virgen del Carmen, la cual perdura hasta nuestros días, ahora teñida de un carácter multiétnico y popular. Se ha convertido, dicen los oaxaqueños, en su celebración más importante.

Lunes y todo el mes

Dieciséis grupos étnicos de ocho regiones distintas bailan, hacen música, cantan, visten sus trajes tradicionales, y ofrecen frutos y delicias de la cocina regional en un acervo de colores que puede apreciarse durante las dos últimas semanas de julio, de las cuales los lunes son los días de mayor relevancia. Aunque en la actualidad, todo el mes de julio es el mes de la Guelaguetza y se pueden encontrar actividades diversas en el estado, e incluso fuera de éste, que incluyen a cantantes reconocidos, pintura, artesanía, además de la tradición.

La fiesta de los “Lunes del cerro”, como también se conoce a la Guelaguetza, ha tenido como escenario principal el Cerro del Fortín, en la ciudad de Oaxaca, en donde se sitúa el templo del Carmen, cuya construcción inicial se remonta al siglo XVI, cuando sustituyó al antiguo Teocalli de Huaxyacac.

Desde 1974, al edificarse el auditorio Guelaguetza, que es un teatro abierto con capacidad para albergar a más de 11,000 personas, la amabilidad de los pueblos de Oaxaca se ha concentrado en este espacio en donde, unos tras otros aparecen las danzas, la música y los regalos que las comunidades lanzan al público que los aplaude: fruta, sombreros, símbolos de la tierra.

Pero la generosidad y la celebración se extiende ahora a gran parte de la ciudad y del estado. Las calles de la capital se han convertido también en el escenario de nuevas formas de participar, así como otros teatros y espacios que resaltan por su belleza.

Una invitación para todos

Organizada como una calenda o desfile tradicional oaxaqueño para invitar a todos los habitantes y a quienes visitan a participar en la fiesta, las delegaciones pasean su colorido y su música por las calles. Dirigidos por la chirimía y el tambor, acompañados por los coheteros y encabezados por las marmotas (faroles de tela) y gigantes (representaciones populares de enorme tamaño que bailan al son de la música) y por las chinas oaxaqueñas, o mujeres que llevan canastas con ofrendas para ofrecer a la Virgen, cada delegación lleva su propia banda de música, una tradición y una distinción de los pueblos de Oaxaca.

Además, antes del lunes 23 de julio, primer “Lunes del cerro”, los participantes eligen a la reina, una mujer, indígena, que representará la cultura, la sabiduría y la belleza de su comunidad, y también a la fiesta.

De la tierra, para la tierra

Amuzgos, chatinos, cuicatecos, chinantecos, chontales, chochos, zapotecos, mixes, mixtecos, zoques, huaves, ixcatecos, mazatecos, popolucas, triques y nahuatlecos, todos participan con el orgullo propio de sus costumbres y tradiciones; con el arte renovado y ancestral de sus bordados y vestidos; con los frutos de su trabajo; con las delicias de su variada y rica gastronomía.

Y quienes disfruten de esta festividad podrán decir “salud” a la riqueza de la tierra con esa bebida artesanal y de tradición que es el mezcal, sin olvidar el ritual de rigor que debe preceder al primer trago: verter tres gotas de la bebida a la tierra para devolverle todo lo que nos da y seguir celebrando, cada año, al maíz, a la Virgen, y a la generosidad de los pueblos de Oaxaca.


Los Lunes del Cerro: una ceremonia del sincretismo mesoamericano-europeo

Del análisis de los códices, de la epigrafía y iconografía de Mesoamérica así como de los documentos escritos desde la Conquista durante la Colonia, en correlación con la religión mesoamericana, es posible considerar que la religión zapoteca, integrante de aquella, reconoce condición y acción del hombre como parte de un orden cósmico, que mediante una relación armónica con el resto de la naturaleza, aspira a una integración permanente e indisoluble


La religión zapoteca contaba con un complejo conjunto de deidades que reflejaban importantes aspectos de la vida mundana y de las actividades sociales de los miembros del grupo.

El calendario ritual de 260 días para el ordenamiento del cosmos, llamado Pije o Piye sintetizaba su visión religiosa. Dicho calendario se dividía en cuatro periodos de 65 días presididos por dioses llamados Cocijos o Pitaos, a los cuales se les hacían ofrendas.
El Yza era el calendario agrícola básico de 365 días (probablemente tenia 18 "meses" de 20 días cada uno, a los que al final se agregaba un periodo de cinco días), que complementaba su cosmovisión, la cual no sólo funcionaba para aumentar la solidaridad de los grupos sociales y enfatizar el carácter distintivo del pueblo, sino también para aliviar las constantes crisis en la vida cotidiana de cualesquiera de sus numerosas comunidades.
Cabe destacar que si la civilización mesoamericana, y por ende la cultura zapoteca, surgen con la invención de la agricultura, la concepción religiosa zapoteca da la mayor importancia a las divinidades relacionadas con la agricultura y la subsistencia. Dentro del orden cósmico las relaciones de respeto mutuo entre el hombre y la naturaleza se dan en la búsqueda del equilibrio entre el hombre y el universo que lo contiene, práctica de la que derivaban los innumerables ritos y mitos que conformaban el complejo ceremonial zapoteco.
Los ritos más importantes se realizaban en honor de los principales dioses: a Bidoo Cocijo, dios de la lluvia y del rayo, que también presidía los cinco puntos cardinales, dios patrono de todo el valle oaxaqueño, y a Bidoo Cozobi, dios del maíz, de todo alimento y de los mantenimientos abundantes. Era a quienes los zapotecos del valle, desde antes de la invasión ibérica, ofrendaban ricos presentes, cantos y danzas para que devolviesen con creces sus cosechas y los liberasen de las calamidades.

Estas celebraciones se efectuaban en Sola al cortar de sus plantas la primera cosecha de chile, y que en una ceremonia similar lo hacían en los Valles Centrales, sólo que al cortar el primer elote.
Así pues, la ceremonia del maíz se celebraba en honor a Bidoo Cozobi, el día señalado por el Maestro cualquier día de julio, por ser en este mes cuando el producto de los sembradíos de maíz alcanza el punto de su primer consumo: el elote tierno. A partir de la dominación ibérica, la ofrenda al dios del maíz se empezó a realizar los lunes, por ser éste el primer día de trabajo de la semana en la concepción de la cultura occidental.
En la Relación de Teocuicuilco se dice que en la cima de un cerro "ofrecían los sacerdotes sacrificios... implorando buenas estaciones agrícolas", como en la actualidad en Oaxaca se ofrece en el cerro del Fortín; en Zimatlán en el cerro de Yavego, etcétera.
Los Lunes del Cerro, por tanto, resulta una ceremonia de sincretismo cultural zapoteca-europeo, que se impuso con la invasión ibérica a partir de 1521, a la caída de Tenochtitlan.
Finalmente, consideramos importante destacar que a raíz del dominio mexica sobre la capital zapoteca de Zaachila, en el año de 1495, con la influencia cultural de los mexicanos se empezó a considerar a su dios del maíz, Centéotl. Los zapotecos de los Valles Centrales oaxaqueños, sin embargo, en el afán de rescatar nuestra matriz cultural zapoteca, debemos agradecer las abundantes lluvias que nos envía Bidoo Cocijo, con las que recogemos las espléndidas cosechas bajo la mirada complaciente de Nuestro Dios del Maíz y de Todo Alimento: Bidoo Cozobi.

La leyenda de Donají

La historia de la princesa zapoteca y su sacrificado amor por su pueblo es uno de los momentos más emotivos que se presentan durante la popular fiesta de la Guelaguetza.

Muchas son las actividades que caracterizan el despliegue de folclor y colorido de la Guelaguetza, la fiesta más importante del estado de Oaxaca, aunque ninguna es tan emotiva como la que relata teatralmente la historia de la princesa indígena Donají y su amor incondicional por el pueblo zapoteco, el cual finalmente la llevó al sacrificio.
Cuenta la tradición que antes de la llegada de los españoles, cuando Oaxaca se encontraba dominada por un grupo de nobles indígenas pertenecientes a las culturas zapoteca y mixteca, el rey Cocijoeza, soberano de la ciudad de Zaachila, tuvo una hija a la que se le otorgó el nombre de Donají, que quiere decir “Alma grande”.
El trazado cosmogónico del destino de la princesa fue encargado al sacerdote Tiboot de Mitla, quien vaticinó una gran desgracia para la pequeña, ya que ella se sacrificaría algún día por amor a su pueblo.
Después de que mixtecos y zapotecos enfrentaron juntos a los mexicas que trataron de conquistar la región de Oaxaca para anexarla a su imperio, una serie de eventos sembraron la discordia entre los dos pueblos, provocando su distanciamiento y al mismo tiempo el inicio de violentas disputas entre ambos.
En medio de tales enfrentamientos, un guerrero mixteco fue hecho prisionero por los zapotecas, y puesto a disposición del rey. Durante su estancia, la princesa Donají descubrió al cautivo, de nombre Nucano, quien a la sazón era un príncipe, enamorándose de él y cuidándolo hasta que se hubo recobrado por completo, momento en el que pidió a Donají su libertad para continuar en la lucha.
Liberado por la princesa, Nucano alentó a su pueblo a terminar con la guerra, mientras Donají hacía lo mismo con su padre. Ambos pueblos pactaron la paz, aunque el recelo de los mixtecas les hizo solicitar que Donají se convirtiera en prenda de paz para garantizar la promesa del rey, ya que de lo contrario sería sacrificada.
Anteponiendo el amor a su pueblo antes que su propia vida, la princesa dio aviso a los guerreros zapotecas de que sus carceleros se encontrarían al anochecer en Monte Alban, lugar donde fueron sorprendidos y diezmados por la gente de Cocijoeza.
Descubierto el plan de Donají, los mixtecas decidieron vengarse del rey sacrificando a la princesa cerca del río Atoyac, lugar donde fue sepultada. Se dice que al momento de encontrarse su cadáver, este no presentaba rastros de putrefacción, y que de su cabeza había nacido un lirio silvestre que de inmediato se convirtió en símbolo del pueblo zapoteco.
El príncipe Nucano, convertido en gobernador de la gente de Donají, dedicó el resto de sus días a velar por el pueblo de su amada hasta su muerte, cuando finalmente fue enterrado en la iglesia de Cuilapan de Guerrero, donde también había sido sepultada Donají.

Guelaguetza en Zimatlán de Álvarez (Oaxaca)

Aunque se trata de una población zapoteca, su nombre es de origen náhuatl, cuyo significado, según una versión, es "lugar de la raíz del ayocote", planta de la familia de los quintoniles que produce un frijolón, el cual es la base de la dieta de los zimatecos. El apelativo de Álvarez es en honor de Melchor Álvarez, destacado personaje de la Independencia.

Zimatlán de Álvarez está situado en los Valles Centrales de Oaxaca, a tan sólo 30 Km de la capital del estado, rumbo a Sola de Vega, y es regado por un afluente del río Atoyac. De su fundación no se tienen datos concretos, pero para ubicarla se cuenta con las crónicas sobre la nueva traza del lugar durante la conquista, en 1558, realizadas por fray Bernardo Acuña de Alburquerque y fray Luis de San Miguel, miembros de la Orden de Predicadores de esa región.
Su lengua original está casi perdida, pero los pobladores conservan las festividades que los unen y los mantienen en contacto con sus orígenes; un ejemplo de esto es la fiesta del "Lunes del Cerro" o "Guelaguetza".
La tradición de los habitantes de esta región es la guelaguetza, la cual es una costumbre muy vieja que viene de los antiguos. Y la entendemos como el yo te doy y tú me das, y así nos ayudamos; eran los mayordomos que teniendo la manda con algún Santito pedían al compadre, al hermano, al amigo o al vecino la ayuda para cumplir. Se pedía la guelaguetza y al recibirla se obtenían los ingredientes para la fiesta: frijol, maíz, tabaco, mezcal, gallina o cuando menos el huevo y las tortillas; incluso algunos apuntaban en un libro donde quedara asentada toda contribución por grande o pequeña que ésta fuera, para en el futuro tener el registro y devolver la ayuda recibida a quien lo solicitase.
El lunes del cerro era otra fiesta, los conquistadores la ajustaron a su calendario y se realiza el primer lunes después de la fiesta de la Virgen del Carmen, a fines del mes de julio; es una festividad que forma parte del antiguo calendario agrícola y es esa la razón de por qué se realiza en esas fechas, ya que en esa época del año los campos irradian un verdor que nos alegra, pues es así como vemos compensado nuestro esfuerzo en la labranza del campo, trabajo duro para hombres recios...
Los bailes y las danzas representan la riqueza y variedad de las siete regiones. Al final de cada danza los ejecutantes regalan al público frutos de la región a la que pertenecen; son manzanas, naranjas, limas, granadas, piñas y hasta algunos productos como café o tejidos. Esta es la costumbre de visitar año con año al cerro Yavego, que es el nombre zapoteco y que significa cerro de la tortuga.
SI VAS A ZIMATLÁN DE ÁLVAREZ
Saliendo de Oaxaca, capital del estado, tome la autopista en dirección sur, al finalizar ésta diríjase por la carretera federal núm. 131 rumbo a Sola de Vega, y a unos 30 Km. llegará al pueblo de Zimatlán de Álvarez, hoy cabecera municipal del mismo nombre.

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