viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuando vivimos el "síndrome de Pedro"

 

Por Jorge Espinosa Cano

Diciembre de 2011

 

Por miles de años el hombre buscó el sentido de su existencia, de la vida y muerte, su relación con el tiempo y la naturaleza, la explicación a los temas del amor, la libertad y la verdad; de hecho, existieron grandes pensadores en las culturas universales que dieron brillo a la humanidad, pero ésta no encontró a plenitud las respuestas que buscaba.

 

En un rincón apartado del orbe existía un pequeño pueblo que no destacaba por su poder militar o riqueza, pero había sido elegido por Dios –no sabemos la razón– para recibir la revelación de los grandes misterios de la vida por su propio creador.

 

Dios mismo se acercó los hombres a través de los profetas, después por esos actos misteriosos y sublimes que no podemos comprender, no quiso limitarse a un contacto más o menos cercano, sino que decidió hacerlo en plenitud al enviar a su propio hijo, Jesús.

 

Entonces la humanidad recibió más luz que la que habían visto todas las generaciones. Extrañamente, en lugar de recibirlo con alegría y gozo, los poderosos de la época decidieron que su persona, ejemplo y enseñanzas eran un estorbo para lo establecido. Decidieron sacrificar su vida en una cruz, pero en lugar de terminar con su obra ésta se extendió por el orbe y se construyó toda una civilización con base en su doctrina, que es principalmente nuestra cultura occidental.

 

Sin embargo, al aceptar la luz del Evangelio, como su seguimiento implica compromiso, sacrifico y mucho de cruz personal y social, muy pocos aplicaron las enseñanzas de Jesús y el mundo continuó con injusticias.

 

Muchos hombres, por conveniencia o por falta de claridad, se adhirieron a esta lucha revelada por Dios y enarbolando banderas que en principio parecían justas, propusieron soluciones equivocadas e inventaron una sociedad de aparente progreso y libertad a la que llamaron elegantemente laica, pero que en la práctica es antirreligiosa y propicia un regreso al paganismo que se vivía antes de la era de Cristo.

 

Para cumplir sus objetivos se propusieron educar sin Dios y minar las bases de la familia cristiana, del primer tema hay mucho que hablar pero no será tema de esta reflexión. En cuanto a la familia, hay que decir que se ha trabajado tanto en desvirtuar su esencia, que los cristianos no hemos evadido esta influencia y hemos caído, al menos en parte, en la mentalidad de los sin Dios y aconsejamos a los jóvenes con base en el éxito a corto plazo.

 

Y es que la familia, que se encuadra dentro del plan de Dios, no mira sólo al hoy, sino que apunta al destino del fin para el que fue creado, que es la felicidad para toda la eternidad, su esencia está en la misma naturaleza humana y claramente expresada desde el libro del Génesis, donde se dice que Dios los creó hombre y mujer para crecer y multiplicarse y llenar la tierra.

 

Es como lo reafirmó Jesús en el Evangelio, la unión permanente de un hombre y una mujer que se entregan plenamente por amor hace que Dios les confía lo más preciado, ser sus colaboradores para continuar su labor creadora con la mayor bendición que puede recibir una persona: un hijo.

 

Él no estipula en ningún lugar de las Escrituras que el matrimonio sea solamente una fuente de placer mutuo, mucho menos una sociedad económica para elevar el nivel de vida de los contrayentes y disfrutar sin mayor limitación que la que puedan obtener con sus ingresos o tarjetas de crédito; ni tampoco ver a los hijos como un accidente o un accesorio que se puede adquirir cuando más conveniente parezca.

 

El amor se va fortaleciendo con la lucha diaria y la responsabilidad compartida por los esposos, y los hijos no son un obstáculo, al contrario son un aliciente para el fortalecimiento del amor. Lo que pasa es que el síndrome de Pedro nos afecta continuamente a los cristianos; es decir, alentamos a Jesús para que sea Rey, pero cuando nos habla de esfuerzo, sacrificio y de cruz, en seguida lo tratamos de convencer que no es por ahí lo que queremos escuchar.

 

Sin embargo, Pedro comprendió su error y fue después ejemplo de entrega hasta morir de forma similar a la de su maestro.

 

Pero no se trata aquí de hablar de una disertación teórica sino de ir al mundo práctico y ver lo que está pasando: hoy en día se dice a las parejas, disfruta primero y ya llegará el tiempo de casarte; después les decimos, consolida tu matrimonio antes de tener hijos; diviértete y luego ya tendrás tiempo para ser padre, y aunque suena bonito y conveniente tenemos el mayor índice de fracasos matrimoniales, divorcios e hijos desdichados.

 

Jóvenes universitarios con títulos, maestrías y muy buena posición económica aparentemente tienen el mundo a sus pies, pero fracasan una y otra vez, y son absolutamente infelices. Se vuelven a casar y repiten la dosis de infelicidad.

 

Otros hacen gala de sus logros económicos gracias a que no tienen hijos y miran con cierto desdén a los que "tienen que cuidar a sus niños", el futuro que les espera a los primeros será muy triste cuando se encuentren solos. Quienes vivieron modestamente y sacrificaron muchas cosas, recibirán el afecto de sus pequeños, o hasta en el futuro podrán ser llamados "abuelo o abuela", que es una de las más dulces recompensas que se puede tener...

 

Jóvenes, no se dejen engañar por el canto de las sirenas del placer sin responsabilidad que proporciona felicidad a corto plazo sin visión de eternidad. Adultos, asumamos nuestra responsabilidad aconsejando con la sabiduría no propia sino de Cristo, aunque seamos duramente criticados por la hedonista sociedad actual.

 

La época navideña nos da la oportunidad de retomar la conciencia que la venida de Cristo no es solamente regalos y ostentosos adornos y árboles de Navidad, es la oportunidad de reflexionar qué tanto queremos acercarnos al portal de Belén como los pastores y los magos, para en verdad adorar a ese niño que es la fuente de la verdad eterna o tan sólo como Herodes, para destruirlo y que no se entrometa con sus enseñanzas en nuestra cómoda vida y placentera sociedad.

 

Que 2012 no sea un año como si viviéramos antes de Cristo, sino que esté lleno de su amor.

 

 

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