domingo, 4 de mayo de 2008

La enfermedad de nuestro tiempo: depresión

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Raúl Espinoza Aguilera
Hace quince años, conocí a Antonio –de unos 55 años, casado, y con varios hijos– quien sufría una depresión profunda y crónica. Comenzamos a tratarnos con ocasión de que visitaba con cierta frecuencia a un amigo mío internado en la misma clínica, también con una acentuada depresión nerviosa.
Antonio poseía una personalidad original, con un sentido del humor muy especial. Cuando le preguntaba, por ejemplo, “Antonio, ¿qué tal has dormido?”, me respondía con frases de este estilo: “Toda la noche me la he pasado con una intensa jaqueca. En este momento, preferiría que una enfermera me apretara el dedo gordo del pie con unas tenazas. Así, por lo menos, el dolor pasaría de la cabeza al pie y descansaría un poco”.
Otras veces le preguntaba por su estado salud para animarlo y que se sintiera apoyado: “Antonio, ¿cómo te has sentido esta semana?”, a lo que respondía: “mira, yo tengo monopolios como Bill Gates. Imagínate que yo fuera en un jet alrededor del mundo y en cada capital fuera recolectando todas las angustias, penas y dolores morales. Soy un auténtico campeón en este monopolio”.
Al principio me desconcertaba con sus respuestas, pero después me percaté de que Antonio empleaba el sentido de humor como un eficaz recurso para desdramatizar los intensos sufrimientos debidos a su enfermedad. Tenía una gran fortaleza y un temple humano de mucha categoría.
Quizá el común de los mortales tenga mayor sensibilidad para ofrecerse a ayudar a personas que sufren de diversas enfermedades físicas o discapacidades, pero en el terreno de los males del sistema nervioso, como es el caso de una depresión, pocas personas se enteran a fondo de la problemática por la que está pasando el enfermo.
La moderna Psiquiatría suele dividir esta enfermedad en dos causas principales:
1) Las causas exógenas: presiones de trabajo, dificultades familiares, conflictos con otras personas, deudas económicas, etcétera. Es decir, que pertenecen al terreno de problemas reales, pero quizá mal enfocados por el paciente.
2) Las causas endógenas: disfuncionamiento hormonal; falta de alguna substancia en el sistema nervioso, por ejemplo la cerotonina que intercomunica a las neuronas y, en circunstancias de actividad normal, produce buen ánimo, alegría, optimismo; o también, por la constitución natural de un sistema nervioso frágil ante presiones de la vida normales.
En cierta ocasión, me comentaba un amigo mío que no comprendía qué pasaba con su esposa porque la notaba muy negativa, cansada de todo, irritable, y tendía a dormir demasiadas horas, incluso durante el día. Le daba la impresión inicial que le faltaba motivación o ilusión por sus actividades de ama de casa. Después que la llevó con el médico especialista y éste le mandó a hacerse varios análisis, el psiquiatra les comunicó que simplemente el problema radicaba en que a su cerebro le faltaba mayor cantidad de una sustancia: el Litio. A continuación, le dio un tratamiento adecuado y, en pocos meses, recuperó su actividad y ánimo normales.
Pero en las ciudades grandes donde se desarrolla una febril actividad laboral con continuas presiones de trabajo, se suelen generar con frecuencia ligeras depresiones que en muchas ocasiones son incomprendidas por la familia y en el ambiente de trabajo.
Algunos de los síntomas más comunes son:
a) dificultad para concentrarse en la actividad intelectual;
b) insomnios frecuentes;
c) escasa energía o sensación de estar casi siempre cansado o fatigado;
d) irritabilidad ante dificultades ordinarias;
e) preocupación por casi todo;
f) tendencia a llorar o a estar triste y pesimista;
g) estar convencido que la va a ocurrir “la peor” de las desgracias;
h) se siente como en un “túnel sin salida”, con desesperación, ansiedad y angustia;
i) se considera una persona inútil, etc.
Como es de suponerse, todos estos síntomas le producen al enfermo sufrimiento físico y moral y alteran considerablemente su vida laboral, familiar, social.
La cara más cruel de esta enfermedad suele ser la incomprensión de los que nunca han pasado por una enfermedad de este tipo. Una opinión común de los psiquiatras es que a la persona que sufre de depresión nunca se le deben de decir frases como éstas: “échale ganas”, pon de tu parte, es cuestión de fuerza de voluntad, lo que pasa es que te empeñas en ver las cosas “negras”, me parece que te estás dejando llevar por la pereza, tú siempre has sido muy “preocupón”, porque tienen un efecto contraproducente, y a la enfermedad objetiva se añade el sentimiento de culpabilidad.
Si no se atiende bien una depresión ligera, fácilmente se puede convertir en aguda o crónica. Por ello, es recomendable que si tenemos un familiar, un colega de trabajo, un amigo... que manifieste estos síntomas, le sugiramos que vea a un especialista.
Porque si bien es cierto que una depresión no tiene la imagen espectacular como de quien se ha roto el fémur, lo enyesan y camina con ayuda de muletas, las enfermedades del sistema nervioso –en cambio– son mucho más delicadas y deben ser adecuadamente atendidas –con medicamentos y, en ocasiones, con la ayuda y consejos de un buen psiquiatra–; de lo contrario, se pueden ocasionar daños irreversibles. Un rol importante lo juegan los familiares del enfermo para detectar a tiempo un estado depresivo y ayudarle eficazmente.



No hay comentarios: